El conjunto de Marcelo Gallardo se impuso 3-1 a Chapeoense de Brasil, ignoto rival que por momentos complicó más de la cuenta al campeón de América. Dos goles de Sámchez y uno de Pisculichi le dieron el triunfo a los de Gallardo, que el miércoles buscarán sellar el pasaje a semifinales en Santa Catarina.
La zurda de Pisculichi y los desembarcos por asalto de Sánchez . Al final, River ganó un partido raro con el aporte decisivo de dos que estarán siempre en la foto de los que lo ayudaron a ser el rey de América. Como buena parte de un plantel que vive buscando los brillos que lució por todo el continente, el enganche y el volante uruguayo mostraron ayer gemas de lo que solían dar a granel. Y con eso, más el mérito que implica persistir hasta encontrar lo que se busca, el vigente campeón de la Sudamericana se impuso por 3-1 a Chapecoense y se ganó el derecho a viajar a Brasil con una ventaja apreciable para encarar la revancha. Si todavía no se reconoce en el espejo, al menos se acercó un poco a esa figura que exhalaba seguridad en los mano a mano. No parece poco en este tiempo de reconstrucción, camino a Japón.
Pisculichi a la derecha, Driussi a la izquierda, Mora por todos lados. Y en el área, el vacío. Si el 9 es el espacio -como diseñó Pep Guardiola en su esplendoroso Barcelona-, anoche a este River le costó darle sentido a esa idea. Lo pensó así su entrenador, que no para de buscar soluciones para el problema que desvela a su equipo: perdió esa mano pesada que supo darle goles con facilidad en épocas no tan remotas. Extraviado Saviola, Gallardo revuelve sin parar el armario a ver si encuentra el zapato que le falta. Pero resulta que no, que ese botín está en la tribuna, y lo tiene Lucas Alario. El delantero santafecino resignifica aquello de que el que no juega se cotiza: es el único jugador de este plantel capaz de ofrecer una referencia en el área rival, un faro al cual apuntar cuando la jugada exige una definición. Sin él, al equipo le cuesta recostarse en alguien que juegue con todo su cuerpo, que aguante al marcador, que baje pelotas para los que vienen de frente.
Más que lamentarse por esa ausencia, que poco sentido tiene, la apuesta apuntó a explotar la velocidad de los llegadores. Y en la primera media hora se destacó uno que poco había hecho para justificar su compra: Milton Casco. Suya fue la jugada del primer gol, coronado por la aparición vacía de Carlos Sánchez, un rayo que quiere recuperar la luz.
Pero River ya no gana fácil; un descuido de Maidana y una salida indecisa de Barovero propiciaron el empate, facturado con asombro por Maranhao. Quizás el atacante no haya pensado jamás que sería tan sencillo hacer un gol en un estadio que para Chapecoense era una postal: el presidente del club había repetido todo el día que se trataba del partido más importante de la historia del pequeño club brasileño. Entonces, y hasta el final del primer tiempo, los visitantes pasaron de presentarse como tímidos huéspedes a ser esos que se animan a abrir la heladera y destapar una cerveza sin permiso del dueño.
En parte, esa rebeldía la propiciaron los que tienen que cuidar la puerta de la casa: si las fallas de Álvarez Balanta -¿dónde quedó aquel defensor vigoroso y pleno de confianza?- son recurrentes, ayer llamaron la atención los errores de Maidana, uno de los tres mejores jugadores del ciclo Gallardo.
El bamboleo duró hasta que el pie sensible de Pisculichi dibujó un golazo, el que envalentonó a un público que se decidió jugar el partido hasta el final. Entonces el equipo sí se lanzó con decisión a capturar un tercer gol que lo dejara mirando el horizonte de la Sudamericana con una sonrisa. Y lo encontró casi al final, cuando Vilson y Neto, los centrales, no daban abasto para contener rivales que aparecían por todos lados; el dueño de esa última foto fue Sánchez, otra vez. Como en los buenos y no tan viejos tiempos.