Desde hace muchos años veintidós familias, muchas de ellas numerosas, viven hacinadas y en condiciones inhumanas en tres de los pabellones que formaron parte del complejo asistencial del hospital Aberastury, el leprosario más paradigmático de la Argentina.
Esos pabellones fueron transformados en albergues para familias que no cuentan con viviendas en el Cerrito. Las centenarias e históricas edificaciones se encuentran en estado ruinoso y colapsado. El sistema eléctrico y de agua es sumamente precario. Las numerosas familias allí alojadas comparten los pocos sanitarios y cocinas comunes que se habilitaron cuando construyeron los antiguos pabellones.
La red cloacal está colapsada. En todos los pabellones emanan fuertes olores provenientes de los sanitarios. Todas las familias entrevistadas viven en habitaciones de pocos metros cuadrados. Utilizan estos espacios para cocinar, comer y dormir, adultos y niños. Se observa un deterioro un estructural y repetido en todas las habitaciones ocupadas por las familias.
Cada lugar presenta roturas de techos y paredes, falta de ventanas y puertas, pisos deteriorados y húmedos. Los pasillos comunes, sumados a las habitaciones deterioradas, se asemejan a las lúgubres instalaciones de la Alcaidía de Resistencia.
En el albergue “S.U.O.E.M” están alojadas seis familias
En este albergue viven seis familias. Zunilda Zaldiva es la jefa de familia, ama de casa y hace changas para conseguir dinero porque no tiene ingresos fijos. Crío a todos sus hijos en el albergue, en el que vive desde hace 11 años.
Toda la responsabilidad afectiva y económica recae sobre la mamá dado que no tiene pareja. Norma Ester Duarte también vive en este albergue. Es ama de casa y es la única jefa del hogar porque no tiene compañero. Cobra una pensión por su hijo discapacitado, Rubén Horacio Cousin. Vive en el albergue hace 13 años.
Carmelina Gómez y Andrés Méndez son los jefes de otra familia que vive en el albergue S.U.O.E.M. Esta madre es ama de casa y Méndez trabaja como ladrillero. Sus ingresos son magros e irregulares. Sus hijos son Andrés Méndez de 1 año, Mateo Gómez de 3 años y Benjamín Franco de 5. Hace cinco años viven en el albergue. Rosa Maidana y Hernán Dudka tienen dos hijos, Bautista y Santiago Dudka, por los que cobran asignaciones familiares. Hace 3 años viven en el albergue. La mamá es ama de casa y el papá hace changas. Yolanda Gómez es ama de casa y Matías Méndez es ladrillero.
También viven en el albergue con 4 hijos, Michel de 1 año, Jeremías de 4, Gilda de 6 y Martín de 9 años. Hace diez años que viven en el albergue. Raquel Juárez es ama de casa y Víctor Medina es pensionado. Tienen dos hijos, Miriam y Gabriel. Hace un año están en el albergue. Además, Salvadora Samaniego hace 2 años vive sola en el lugar.
En el albergue “Quebracho” sobreviven ocho familias
En este albergue viven ocho familias. María Carmagnola es jefa de familia. Percibe asignaciones familiares por tres hijos, Lorena Salomé Leiva, Tatiana y Ángel Carmagnola. Viven en el albergue desde hace diez años. La siguiente familia está conformada por Milagros Romero, ama de casa. Cobra asignaciones por sus tres hijos, Jaquelín Noemí Romero, Nehias Ezequiel y Michelle Luna.
Viven hace 9 años en el albergue. Martiniana Marín es ama de casa. Percibe asignación por sus 7 hijos, quienes actualmente no viven con ella en el albergue para evitar riesgos. Vive allí desde hace 10 años. Otra familia está integrada por Isabel Saracho y Juan Ramón Cubilla. Tienen un hijo, Alex Cubilla.
La señora es ama de casa y su esposo hace changas. Cobran asignación familiar. Viven en el albergue desde hace 2 años. Pompeya Usugaray y Néstor Odilio Godoy, la primera ama de casa y Godoy realiza changas. Viven hace 11 años en el albergue. Nancy Leguizamón es ama de casa y vive hace 10 años en el albergue junto a su hijo, Fabio Leguizamón, de 9 años. Cobra asignación familiar. Dolores Franco y Méndez Omar viven en el albergue desde hace 5 años.
La señora trabaja en tareas domésticas y su esposo es ladrillero. Tienen dos hijos, Briana y Bautista Méndez. Perciben asignaciones familiares por hijo. Belkys Ortíz y Sergio Paredes viven con su hijo, Dilan Ortíz de 10 años. Están en el albergue hace diez años. Ella es empleada doméstica y el señor hace changas. Noemí Canteros, de 21 años vive en el albergue desde hace 2 años con su hermano, Jorge Daniel Marín de 18 años de edad. La primera es estudiante y su hermano es changarín.
En el albergue “Lapacho” instalaron a ocho familias
En este albergue viven 8 familias. Rocío Maciel y Claudio Gómez están albergados desde hace 2 años. La señora es ama de casa y Gómez realiza changas. Cobran asignaciones familiares por sus dos hijos, Walkiria Maciel y Priscila Abatle. Dominga Gómez vive en el alebergue con su hija, Fiorella Gómez, desde hace un año. Es empleada municipal. Elisabet Dudka y Silvio Franco viven hace 2 años allí.
Elisabet es ama de casa y su pareja realiza changas. Teresa Vera es estudiante y Jorge Arismendi es changarín. Viven en el albergue desde hace un año. Camila Vera y Carlos Murayama se encuentran en el albergue desde hace 2 años. Actualmente la señora está embaraza y se dedica a las tareas del hogar.
Murayama es changarín. Perciben el plan Progresar y asignación familiar. Alejandra Franco y Eduardo Javier Lagraña son ama de casa y viven de changas. Están albergados con su hijo, Joel A. Franco, desde hace 2 años. Dolores Leiva y Simeón Gabino Méndez viven transitoriamente en el albergue con dos de sus 7 hijos, Roberto y Fabián, porque el barrio donde tienen su vivienda se encuentra inundado.
La señora es ama de casa y Méndez es ladrillero. Perciben asignación por “Madre Siete Hijos”. Verónica Beatríz Méndez es ama de casa y José Domingo Leiva hace changas. Perciben asignaciones familiares por sus tres hijos, Agustín, Axel y José. Están albergados desde hace 6 años.
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La Isla del Diablo
En la cumbre de la Isla del Cerrito se levantan los pabellones de lo que fue el establecimiento sanitario Aberastury. La isla, de 14.000 hectáreas, contaba en 1926 con una pequeña población, de la cual 160 eran leprosos. Se produjo un llamado, dirigido a gobernantes, médicos, estudiantes, sacerdotes, militares y a todo el pueblo, que decía “nosotros los enfermos de lepra, internados en la isla del Cerrito, lanzamos un SOS, implorando se constituyan en nuestros defensores.
Hace 30 años, por un decreto ley, fuimos obligados por la fuerza pública a internarnos y vivir un régimen cerrado y hermético, por no decir inhumano, pues no podíamos comunicarnos con el resto de los hombres porque éramos y somos rechazados y despreciados por la sociedad. Vivimos agobiados por un profundo apego al lugar, donde, resignados construimos nuestro segundo hogar, que fue depositario de nuestros restos, testigo de nuestras penas y dolores, de nuestra profunda angustia de vivir marginados de los hombres. Ahora, como un baldón más, quieren despojarnos y desterrarnos de lo que por ley nos corresponde. Nosotros consideramos algo muy nuestro a la Isla del Cerrito”.
“A mí me trajeron al Cerrito hace once años, entre tres policías. Hoy necesitarán el doble para sacarme”, dijo Lulo Gómez. “Iba a tratarme al hospital de Mercedes y en la estación me detuvieron para traerme a la Isla. Ahora, después de un cuarto de siglo, tengo mi casa, mi huerta, mis amigos.
No pienso irme. A los 56 años, y con mi enfermedad, ¿dónde empiezo de nuevo?”, señaló Mboreví García. Sin embargo, debe de haber chaqueños que se pregunten por el destino de estos parias del siglo XX, reflexionaban. Sencillamente, una nueva demostración de la naturaleza de la sociedad capitalista, que antepone el dinero al hombre. Es la misma mentalidad que justifica los crímenes de Vietnam y Camboya, mientras declama los derechos humanos.” Raúl Marturet, sacerdote correntino, fue otro de los alineados con los leprosos.
Para justificar tanta tristeza, los promotores del Paraíso Pesquero publicitan la creación de una escuelita, como resultado de sus esfuerzos. Se trata de un reducido local, con una maestra y un grupo de alumnos, que habrá de habilitarse en el cruce de Riacho Ancho. Olvidan, claro, que a cambio de esta escuela serán cerrados tres amplios y modernos establecimientos educativos que funcionaban en el leprosario, a los que asistían no sólo los leprosos, sino los hijos del personal del hospital Aberastury y demás pobladores de la isla. El turismo es civilización; pero no hay civilización sin humanidad.
Los actuales albergados de la Isla del Cerrito nos recuerda, en cierta medida, la triste historia vividas por los leprosos.
El Intendente repetidamente dejó de lado sus promesas de entregarles viviendas a los albergados. Naturalmente que esto no desplaza la responsabilidad del gobierno provincial. La situación de estas familias exige una pronta solución porque no se los puede condenar a vivir en las condiciones en que están.
Centro de ivestigación Mandela.