El arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, escribió una columna de opinión en el diario El Día en la que criticó la «cultura fornicaria» y afirmó que está banalizada.
Pero ya en el primer párrafo deja un definición de por dónde va su pensamiento. Dice que el «vicio» de fornicar «se ha convertido en algo trivial, común, insustancial» y advierte: «Él o ella en principio, aunque hoy día la ‘igualdad de género’ permite otras combinaciones, antinaturales».
Para argumentar la banalización, cita el ejemplo de mujeres de la farándula que «cambian de novio cinco o seis veces al año» donde «la protagonista innombrada, por supuesto, es siempre la cama». A estas personas las llama «señoritas» pero aclara: «No estoy seguro de que sea ésta la identificación que corresponde».
El otro ejemplo que da es lo sucedido en los Juegos Olímpicos: «La prensa brasileña hizo un cálculo: 42 condones por cada atleta, teniendo en cuenta los 17 días de duración de las competencias. La preparación para las mismas impone, como es lógico, la abstinencia, pero después de cada competición; ¡a coger atléticamente!».
Luego, justifica el uso del término coger: «No se asuste el lector por el uso de este verbo, no incurro en una grosería impropia de un obispo. El Diccionario de la Academia, en la acepción 24 del término señala que es un vulgarismo americano: ‘realizar el acto sexual’; pero en la acepción 19 define: ‘cubrir el macho a la hembra’; aquí entonces aparece en el significado de la palabra un matiz de animalidad».
«Quiero decir en consecuencia que la cultura fornicaria que se va extendiendo sin escrúpulo alguno es un signo de deshumanización, no es propia de mujeres y varones como deben ser según su condición personal. Algo de no humano, de animaloide aparecería en esa conducta», concluyó al respecto.
En palabras de Aguer, para que «cobre sentido la unión sexual de un varón y una mujer» es fundamental que exista amor entre ellos: «Lo propiamente humano es que tal decisión electiva sea para siempre, como signo de madurez, preparada en una educación para el respeto mutuo, la amistad sin fingimiento, la disposición a afrontar juntos -él y ella- las dificultades de la vida tanto como las infaltables alegrías».
«La fornicación lo convierte en una gimnasia superficial y provisoria, propia de parejas desparejas, sin el compromiso de por vida que integra la expresión sexual en el conjunto de la convivencia matrimonial, con la apertura a los hijos», agregó en la columna.
En otro tramo del texto, retoma, según su visión, la importancia de la relación hombre-mujer. Se refiere a «fornicación ‘contra naturam'» y defiende: «La razón comprende que el cuerpo del varón y el de la mujer se ensamblan complementariamente porque están hechos el uno para el otro; y también sus almas».
Aquí, apuntó contra «la discriminación de los antidiscriminadores» que «ha llegado a límites inconcebibles, como el de negar el derecho de los niños a ser criados y educados por un padre y una madre» como se ha visto en «la entrega en adopción de niños a ‘matrimonios igualitarios'».
«Tengo pleno respeto por las personas concernidas en todo lo que he dicho, y comprendo con cercanía y afecto sus conflictos, pero no puedo dejar de proclamar la verdad. Mal que le pese al INADI, si se entera», finalizó el arzobispo.