Los turistas deambulan risueños en la amplia y luminosa sala donde penes de todo tipo, forma y tamaño se codean con obras de arte y artefactos con forma de miembro viril, desde un tótem a un teléfono.
Una visita al museo del pene de Reikiavik (Islandia) permite constatar que en ese rubro la variedad de formas y tamaños no tiene límites, del invisible apéndice de los elfos al monumental miembro de un cetáceo. Los turistas deambulan risueños en la amplia y luminosa sala donde penes de todo tipo, forma y tamaño se codean con obras de arte y artefactos con forma de miembro viril, desde un tótem a un teléfono.
“Vine para comprobar que era cierto, que realmente había un museo del pene en Reikiavik“, dice Jerry Andersson, turista norteamericano cautivado por el ejemplar más preciado del museo: la parte superior del órgano viril de un gran cachalote. Apropiadamente llamado en inglés “Sperm Whale” (ballena de esperma), el cetáceo ostenta un pene de 1,70 metros: 75 kilos de carne, conservados en formol y presentados en un enorme tubo de acrílico a la entrada del museo.
Un poco más lejos, un grupo de sexagenarias canadienses que ríen como adolescentes busca el miembro de un elfo, criatura de la mitología nórdica, asegurando que lograron vislumbrarlo en un tubo transparente, contrariamente a la mayoría, insensible a la magia de estos seres imaginarios. “¿Quién podría resistirse a visitar el museo del pene?”, se pregunta Kim, de 62 años, llegada de Ottawa para pasar una semana en Islandia. “Pensamos que sería muy gracioso, y lo es”, agrega. Aquí nada de silencio respetuoso: los visitantes observan las curiosidades expuestas con una sonrisa en los labios y comentan abundantemente sus descubrimientos entre los 286 especímenes biológicos expuestos, informa la agencia AFP.
Inaugurado en 1997 con 63 piezas por Sigurdur Hjartarson, historiador y coleccionista de penes desde los años 1970, el museo hoy está dirigido por su hijo, Hjortur Sigurdsson. “Todo comenzó con una broma“, recuerda. “A mi padre le divertía coleccionarlos, hacer algo que nunca nadie antes había hecho“. “Es verdad que es un poco tabú, sobre todo el pene humano, pero alcanza con decir la palabra ‘pene’ para que a la gente le interese“, dice maliciosamente, seguro del magnetismo ejercido por su institución, única en el mundo.
En 2011, la colección familiar se enriqueció con un pene humano, donado por un hombre islandés muy mujeriego y fallecido a los 96 años. El espécimen es un poco decepcionante. “El propio donante estaba molesto porque en los últimos años de su vida, su órgano se había encogido un poco“, admite Sigurdsson, mientras muestra cartas de hombres que proponen donar su miembro al morir. Se sumarían así a los demás ejemplares, conservados en líquidos, o secos y expuestos al público junto a 350 obras de arte. “Nuestra misión es biológica, no erótica“, destaca Sigurdsson, preocupado por el respeto a las buenas costumbres.
Aquí se puede comparar el color, tamaño y forma del minúsculo órgano del ratón con el gigantesco sexo del cachalote, explica. Pero también se aprenden las distintas formas de usarlo. “La ballenas, por ejemplo, tienen un músculo retractable. No necesitan verdaderamente erección. Es muy distinto a nosotros“, constata el director sonriendo, encantado de que tantos turistas extranjeros -más del 60% mujeres- visiten sus colecciones. Una cosa es segura: un 99% de los visitantes son más felices a la salida que a la entrada. Pueden incluso llevarse de recuerdo un paquete de pastas con forma fálica.