Los agrótoxicos: el cáncer del modelo productivo argentino

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Un informe redactado por Santiago Mayor para «RT en español» cuenta detalladamente la realidad sobre estos productos que nos afecta a los argentinos.Históricamente la Argentina se ha caracterizado por su gran producción ganadera y agrícola. Las vastas llanuras que se extienden por gran parte de su territorio constituyen una de las zonas más fértiles del mundo. Sin embargo, con el correr de los años, las demandas del mercado mundial y las innovaciones tecnológicas en el sector agropecuario han ido transformando este modelo de producción. Una de sus principales innovaciones fue el desarrollo de semillas resistentes a distintos herbicidas, también llamados agrotóxicos. De esta forma se facilitó el combate de las malas hierbas mediante la fumigación masiva con aviones. Pero esto trajo como consecuencia el envenenamiento y contaminación de los pueblos y ciudades cercanas. La fumigación mediante los aviones conocidos como ‘mosquitos’ derivó en que los químicos caigan no solo sobre el campo, sino también sobre casas, escuelas y la población en general.

Mariano D’Arrigo, periodista del diario argentino ‘La Capital’ de la ciudad de Rosario, lo define de forma contundente: «En Santa Fe el agronegocio plantea una dialéctica de la vida y la muerte». Tamara Perelmuter, licenciada en Ciencias Políticas y profesora de Sociología Rural en la Universidad de Buenos Aires coincide: «Los agrotóxicos son constitutivos del modelo de agronegocio que, en Argentina, tienen a la soja como su principal exponente. El paquete tecnológico incluye la soja transgénica RR que es resistente al glifosato. Por lo tanto sirve y tiene el nivel de rentabilidad porque se usa de manera conjunta con este agrotóxico que mata todo lo que está alrededor».

Breve historia del agronegocio en Argentina

 

«Desde el momento en el cual se comenzó con la siembra de soja transgénica en Argentina -en 1996- creció de forma exponencial, llegando hoy a ocupar el 60% del territorio cultivable», explicó Perelmuter en diálogo con RT. «La disparada de los precios de las materias primas y de la soja en particular revitalizaron desde 2002-2003 a ciudades y pueblos muy dependientes de la dinámica del agro», historizó a su vez D’Arrigo, también entrevistado por este medio. De acuerdo al periodista especializado, durante la década de 1990 se «sufrió» un «atraso cambiario y la tecnificación vertiginosa que imponía el nuevo modelo productivo», lo que provocó «la desaparición masiva de productores agropecuarios». Sin embargo, «con el cambio de siglo la situación se modificó: la soja trepó de 200 dólares la tonelada en 2003 a 622 dólares en septiembre de 2012 y hoy se encuentra en 358 dólares», apuntó el entrevistado. Este avance de la sojización «generó una suba del empleo de contratistas, profesionales, también fogoneó la actividad de industrias vinculadas al agro. Todo esta situación, además, apalancó el consumo en estas ciudades y localidades». D’Arrigo asegura que «en los primeros 15 años de soja transgénica se generaron beneficios brutos por 65.435,81 millones de dólares».

La contaminación y los agrotóxicos

Consultada puntualmente por el uso de los herbicidas y sus efectos, Perelmuter comenzó señalando que «en el 2000 se calculaba que se utilizaban 145.000 millones de litros de agrotóxicos por año, en el 2006 eran 275.000 millones y en 2013 se llegó a 320.000 millones de litros para 22 millones de hectáreas afectadas». De acuerdo a la experta «esto tuvo consecuencias que no fueron visibles desde un comienzo». Durante los años 90 «el crecimiento de la soja se dio prácticamente sin conflictividad». Pero cuando se empezaron a ver los efectos ambientales «empezó a aparecer como un problema y a generar resistencias». Para D’Arrigo «este abuso de los químicos provoca grandes daños sobre la población». Al respecto recordó los estudios del científico Andrés Carrasco que «demuestran el carácter nocivo del glifosato». Carrasco era «un médico embriólogo que hizo un estudio sobre la contaminación del glifosato». «Andrés siempre decía que él, en realidad, solo le puso palabras científicas a lo que las comunidades venían denunciando hace mucho tiempo», apuntó la profesora universitaria. De todas maneras el hecho de que apareciera alguien «del riñón del saber científico, y sobre todo él, que era muy prestigioso, hizo tambalear al sistema», dijo.

Posteriormente a Carrasco, que falleció hace algunos años, aparecieron continuadores de su trabajo. El médico y docente Damián Verzeñassi junto a su equipo «ha realizado en los últimos seis años más de 20 campamentos sanitarios en distintas localidades de la provincia», comentó D’Arrigo. Allí han detectado «una mayor presencia -respecto al promedio- de enfermedades endocrinológicas como hipotiroidismo, malformaciones y cáncer». El caso más paradigmático es el de San Salvador, conocida como «la capital del cáncer». Allí más de la mitad de la población padece algún tipo de esta enfermedad, como consecuencia de las fumigaciones. Esto se repite a lo largo y ancho del país.

La resistencia de los pueblos fumigados

Ante la avanzada del agronegocio y las evidencias científicas que demostraban sus efectos negativos, las poblaciones afectadas comenzaron a organizarse. «Empiezan a aparecer sujetos que se enfrentan al agronegocio que antes no existían», comentó Perelmuter. Y es que «la disputa histórica» con el modelo agrario estaba centrada en los movimientos indígenas y campesinos. Pero en los últimos años, «asociados a los problemas vinculados a la salud, se empiezan a sumar otros sujetos sociales y empiezan a aparecer estas ideas de los pueblos fumigados, las escuelas fumigadas, los médicos de pueblos fumigados». «En Córdoba, Entre Ríos, Buenos Aires y Santa Fe surgen organizaciones contra las fumigaciones que llevan a cabo distintos encuentros para charlar sobre sus problemáticas y cómo enfrentarlas», sostuvo la investigadora. El más reciente fue el Primer Encuentro de Pueblos Fumigados de Entre Ríos, que se llevó a cabo en Basavilbaso entre los días 5 y 6 de noviembre de este año. «Entre Ríos es junto con Santa Fe y Buenos Aires el corazón del modelo de agronegocio, por lo cual tiene consecuencias bastante complicadas en relación a la contaminación», detalló Perelmuter. D’Arrigo amplió la mirada: «En general en los grandes centros urbanos la población no toma dimensión de la gravedad de la situación». A lo sumo «se tranquiliza pensando que los impactos negativos ocurren lejos, en el campo». No obstante, en la provincia de Santa Fe, la zona que va desde Villa Constitución hasta Timbúes, es en términos de concentración geográfica «el mayor polo sojero del mundo». El periodista subrayó que «allí grandes multinacionales almacenan la soja, la procesan, producen aceite, harina, y la envían desde los puertos a su destino». Y los efectos perjudiciales de los agroquímicos llegan a la ciudad. Por caso, los habitantes de la zona sur de Rosario, lindante al puerto, denuncian «una concentración de un polvillo que produce alergias, contamina el agua y afecta a las plantas, ropa y ventanas de los vecinos. Por eso organizaciones ecologistas denuncian que también Rosario es un pueblo fumigado», completó el periodista.