Las fachadas de las instalaciones de los Juegos de Río se caen a pedazos, sus techos se derrumban y por sus suelos no se puede caminar. Donde hubo leyendas olímpicas hoy hay un aspecto terrorífico, apocalíptico, descorazonador.
La piscina donde brilló Michael Phelps es hoy sólo putrefacción y agua estancada. El mítico estadio Maracaná ahora está abandonado, lleno de suciedad y matorrales y sin electricidad y saqueado por los vándalos.
Las fachadas de las instalaciones de los Juegos de Río se caen a pedazos, sus techos se derrumban y por sus suelos no se puede caminar. Donde hubo leyendas olímpicas hoy hay un aspecto terrorífico, apocalíptico, descorazonador.
Se cumplen ahora seis meses de los Juegos de Río, quizá el mayor capricho concedido por el Comité Olímpico Internacional para autocomplacerse con llevar su evento por primera vez a Sudamérica. Y, una vez más, se confirma: su mayor error histórico. Río nunca debió haberse convertido en sede olímpica, los Juegos nunca debieron haberse celebrado allí y hoy lo que queda de ellos como legado es simplemente basura.
Convertir a una ciudad en sede olímpica tiene como objetivo, entre otros pero éste es fundamental, beneficiar a la ciudad y a sus residentes más allá de la celebración de los Juegos. No se cumple ni se cumplirá en Río.
Desde que los Juegos se clausuraron, estas instalaciones han permanecido cerradas. Abandonadas. Olvidadas. Sin actividad ni mantenimiento. Donde se disputaron la natación, el waterpolo o la sincronizada solo alberga putrefacción y agua estancada. Las fachadas, de este edificio y de otros, se caen a pedazos. Sus techos se derrumban. Por sus suelos hay baches, agujeros y no se puede caminar. Donde hubo leyendas olímpicas hoy hay un aspecto terrorífico, apocalíptico, descorazonador.
No se salva ni el mítico estadio Maracaná, escenario de las ceremonias de apertura y clausura y uno de los estadios de fútbol más emblemáticos del mundo: ahora está lleno de suciedad y matorrales.