¿Que pasa si rompemos una valiosa obra de arte por accidente en un museo?

Interesante

Para los que somos torpes por naturaleza, solo el hecho de entrar en un museo hace que nos suba la presión arterial. ¿Qué pasa si accidentalmente tropezamos con un jarrón de la dinastía Ming, o nos sentamos en una escultura moderna confundiéndola con un banco y la hacemos añicos?

Este último supuesto es completamente real. La protagonista de tan absurdo incidente es una escritora llamada Alison Kenney. En 2014, Alison visitaba una galería de arte en Nueva York cuando decidió sentarse en un banco para admirar un cuadro.

El banco, por supuesto, no era tal, sino una escultura de 8.000 dólares que estaba hecha de espuma de poliestireno recubierta (en otras palabras, no aguantaba el peso de una persona). La escritora partió la esquina de la obra e hizo lo que cualquier otro ser humano haría en esas circunstancias: mirar a todos lados con cara de indignación como si hubiera sido otro, y apresurarse a la siguiente sala con el corazón a mil por hora.

Por supuesto, la treta sirvió de bien poco, porque la mayor parte de los museos tienen cámaras y hay gente detrás de ellas vigilando precisamente esta clase de incidentes. Un amable individuo de la sala de arte pidió a Kenney que la acompañara para dejar constancia de sus datos personales y una breve declaración del incidente.

 En contra de lo que se podría pensar, los museos y las galerías de arte no son como estos bazares en los que un cartelito nos avisa que si rompemos algo nos toca pagarlo. Todos ellos disponen de seguros privados que están precisamente para casos como el de Kenney o como tantos otros que se suben a YouTube cada año para deleite de todos.

Si nos piden los datos suele ser porque el seguro los solicita para rellenar el parte y, en caso necesario, solicitar información adicional al visitante. Salvo casos muy especiales, la persona que tiene el accidente no vuelve a saber nada del tema. Un experto en restauración valora los daños y después redacta un informe pericial recomendando cuál es el mejor proceso de reparación o, en el improbable caso de destrucción completa, indemnizar con el valor total de la obra.

En la mayor parte de casos, se considera que los visitantes son personas invitadas por el museo, y por tanto es responsabilidad de este proteger o indicar las obras adecuadamente.

Por supuesto, esto aplica solo a los casos en los que un visitante del museo estropea una obra accidentalmente. Si el usuario lo hace de forma intencionada, los costes de reparación repercuten directamente en él. Según el caso y su gravedad, es posible que además se presente denuncia y se solicite una indemnización adicional. [vía Artsy]

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: Guizmodo (español)