El vice del Flamengo y un ex titular del Corinthians recibieron dineros turbios del Lava Jato. Los negociados con los estadios del último Mundial. El mítico Maracaná también quedó salpicado.
Michel Temer disimuló más tiempo con éxito su simpatía por un equipo de fútbol que su imagen de presidente corrupto. Hasta el año pasado, casi nadie sabía en Brasil que es un parco seguidor del San Pablo. Con esa cara de vinagre que tiene, no daba señales de identificarse con una camiseta. Tampoco había demasiados indicios hasta 2016 de que era un informante de la embajada de Estados Unidos, como lo denunció Wikileaks.
Pero con el Lava Jato triturando reputaciones políticas, se le terminó de caer la careta. Y ratificó la evidencia de que en el país vecino, la clase dirigente brasileña se engolosina cobrando sobornos igual que los jóvenes manejan una pelota con destreza. Tal era la desfachatez de los empresarios de Odebrecht para pagar coimas, que utilizaban los nombres de clubes de fútbol para disfrazar los de aquellos partidos políticos que corrompían. El PT significaba Flamengo, el PMDB se llamaba Inter de Porto Alegre, el PSBD equivalía al Corinthians y hasta los funcionarios sin filiación partidaria recibían un apodo sin connotación deportiva: el de ABC. Los sobornadores fueron impiadosos con el fútbol hasta en estos detalles.
Ahora denunciado con una prueba contundente, el presidente Temer ya había sido juzgado por el pueblo brasileño. Lo repudió en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, también en el velorio colectivo de los jugadores del Chapecoense fallecidos en el accidente de aviación en Colombia, y en cada acontecimiento público donde se presentaba. El “Fora Temer” se convirtió en clamor popular y arreció con más fuerza desde la última semana.
Su discreción para ocultar la simpatía por el San Pablo se transformó en una anécdota, igual que su pronóstico fallido de una victoria brasileña en la semifinal del Mundial 2014. Dijo esa vez: “Además del apoyo de la hinchada, nuestros cracks van a jugar con más garra para compensar la ausencia de Neymar. Apuesto un Brasil 2 Alemania 1”. El partido terminó con el resultado más catastrófico que se recuerde para la rica historia del fútbol brasileño. Un 7 a 1 que depositó a los europeos en la final con la selección argentina. La ganaron 1 a 0 en tiempo suplementario.
El Lava Jato permitió descubrir cómo hizo metástasis la corrupción en la democracia brasileña. En ese contexto donde los partidos eran llamados con nombres de equipos de fútbol, los políticos también estaban etiquetados con las posiciones que ocupan los jugadores adentro de una cancha. El presidente de la Nación era el centrodelantero, un diputado federal jugaba de volante, un senador de marcador de punta, un diputado estadual de zaguero, y cualquier militante de base o sin cargo alguno de arquero. En una formación así, Temer hubiera sido un número nueve goleador, aunque nunca se mostró demasiado interesado en el juego. El ex director de la compañía Odebrecht, Luiz Eduardo Soares, fue quien delató la peculiar manera en que el denominado Departamento de Propinas (Coimas en español) utilizaba los nombres de clubes o puestos de futbolistas para intentar disimular los sobornos que pagaba.
La lista llegaba a los 18 equipos: Flamengo (PT), Internacional (PMDB), Corinthians (PSBD), Sport Recife (PSB), Cruzeiro (PP), Vasco da Gama (PTB), Palmeiras (PPS), San Pablo (PR), Fluminense (DEM), Atlético Mineiro (PSOL), Bahía (PCdoB), Náutico (PSC), Botafogo (PSD), Santos (PRB), Gremio (PDT), Santa Cruz (PROS), Curitiba (Partido Verde) y Remo (Rede). La empresa de la carne JBS, la más grande de Latinoamérica, aportó a la Justicia brasileña los nombres de 1.829 políticos y funcionarios que recibieron sus sobornos. Pertenecen a 28 partidos. Pero no son todos los que hay en el país.
Entre los escándalos que brotan a diario en Brasil, el fútbol tiene los suyos y no porque a Odebrecht se le ocurra comparar a un diputado federal con un mediocampista en su lista trucha. En enero de este año fue detenido el vicepresidente de Flamengo, Flavio Godinho, implicado en el pago de coimas al ex gobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral. El dirigente trabaja o trabajaba para Eike Batista, un empresario acusado de lavar dinero y quien llegó en 2011 a acumular la mayor fortuna de su país. Unos 30 mil millones de dólares, según Forbes. La Justicia lo acusa de haberle entregado 16,5 millones de dólares a Cabral en 2010.
Godinho fue detenido primero y liberado después. Pasó de la cárcel de Bangú a estar bajo el régimen de prisión domiciliaria. Su caso se enmarca en el Operativo Eficiencia, un apéndice judicial del Lava Jato en Río de Janeiro. El Flamengo le soltó la mano y atribuyó las sospechas de corrupción sobre su vice a un tema personal y ajeno al club. Un caso semejante es el de Andrés Sánches, ex presidente del Corinthians y actual diputado federal por el PT. Ejecutivos de Odebrecht declararon haberle pagado 2,5 millones de reales como aporte a su campaña política en San Pablo, según el diario Folha. Acaba de saberse también que JBS le aportó 550 mil reales por el mismo concepto.
Godinho y Sánches son apenas un par de dirigentes entre miles que se beneficiaron con dineros turbios. Representan a los dos clubes más populares del país.
La obra pública que Brasil destinó a la organización de la Copa del Mundo en 2014 está cruzada por las corruptelas. La mitad de los estadios que fueron sedes del torneo no pudieron zafar de las imputaciones de irregularidades en su construcción. Seis de 12.
La empresa brasileña Andrade Gutiérrez tiene ejecutivos detenidos en la causa del Lava Jato. Es socia de IECSA en la Argentina para la obra pública, la compañía que este año fue vendida por el primo del presidente Macri, Angelo Calcaterra. En Brasil, aquella denunció a dos ex gobernadores del estado de Amazonas por recibir sobornos para autorizar el levantamiento del estadio Arena Amazonia de Manaos. Las coimas se extendieron también a la construcción del escenario más caro del Mundial, el Mané Garrincha de Brasilia. No se salvó de las sospechas de corrupción el mítico Maracaná de Río de Janeiro. Su costo trepó sin escalas de 280 millones de dólares a los 400 finales que salió la obra de remodelación. Son tres ejemplos de los estadios que quedaron en la mira porque se pagaron sobreprecios. Los restantes son el Arena Corinthians de San Pablo, el Arena Castelao de Fortaleza y el Arena Pernambuco de Recife. La propia Odebrecht que embadurnó con dinero sucio cada ladrillo que colocó, fue la misma que difundió cómo edificó esos templos del fútbol. Se estima que al país le costaron 1,5 billones de reales.
Página12.