Sería de necios negar que el smartphone puede causar adicción. Lo sacamos del bolsillo cada 15 minutos, y eso es solo el promedio. Tristan Harris, antiguo eticista del diseño en Google y fundador de Time Well Spent, se pasea por los platós de televisión dando consejos sobre cómo evitarlo.
Harris está convencido de que la responsabilidad de este tipo de adicciones no es del usuario, sino de quienes diseñan nuestras apps y redes sociales. El ingeniero explica que el teléfono es adictivo porque está pensado como una máquina tragaperras, que nos recompensa con la frecuencia suficiente para que sigamos tirando de la palanca en busca de otro chute de dopamina:
Funciona con un esquema de recompensas variable. Miras el móvil como si estuvieras jugando con una máquina tragaperras y a veces recibes un mensaje [o un “me gusta”] y te sientes muy bien, pero otras veces no obtienes nada. El hecho de que unas veces tengas algo y otras no es lo que convierte [al móvil] en una máquina tragaperras.
Harris cree que el problema de la adicción se ha vuelto más acusado con el smartphone —que, por ejemplo, con el teléfono fijo en los años 70— porque detrás de cada aplicación hay miles de ingenieros trabajando para que pases más horas pegado a la pantalla. Existe, explica, una “economía de la atención” que lleva a las empresas a idear nuevas técnicas con las que maximizar la atención que obtienen de ti, como los Snapstreaks (tu puntuación de Snapchat cuando intercambias un mayor número de Snaps).
Somos nosotros los que comprobamos compulsivamente nuestros dispositivos y los que sentimos miedo de perdernos algo importante cuando desactivamos las notificaciones, pero Tristan Harris cree que cometemos un error si pensamos que la tecnología es neutra. Al otro lado del smartphone, insiste, hay grandes empresas que solo quieren comerse un trozo más grande de un pastel de $31.000 millones en publicidad.