*Por Mario Vidal: Legisladores eran los de antes

Sociedad
Antes había legisladores como Vélez Sársfield, ahora tenemos legisladores como Máximo Kirchner. Antes había legisladores como Alberdi, hoy hay legisladores como Julio de Vido. Antes había legisladores como José Hernández, ahora será legisladora una que lleva tantos pecados sobre sus espaldas que hasta le prohíben salir del país.

Innumerables ejemplos muestran que la decadencia argentina en materia de nivel y capacidad legislativa no es tanta como se supone, sino infinitamente peor.

 
Atrás quedaron los congresistas como Mitre, Sarmiento, Aristóbulo del Valle, Juan B. Justo, Eduardo Wilde, Leandro N. Alem, Roque Sáenz Peña, Lucio V. Mansilla, Luís María Drago, Bernardo de Irigoyen, Félix Frías, Carlos Pellegrini, Belisario Roldán, Arturo Frondizi, Arturo Illía, o Ricardo Balbín.
Gente competente, gente digna que con independencia de su color político defendían con ardor los intereses del país, trabándose en memorables debates legislativos.
 
La elocuentísima palabra de esos legisladores apasionaba a la opinión pública, y adiestraba al pueblo en el ejercicio pleno de sus derechos y de su soberanía.
 
Cuándo comenzó a caer
 
¿En qué momento comenzó a joderse la Argentina en cuanto a nivel parlamentaria?. ¿Cuándo los legisladores empezaron a ser dóciles y obsecuentes?.
 
Hay quienes sostienen que el descenso de nivel de la función legislativa comenzó en 1946.
 
Afirman que la gran mayoría de los diputados peronistas carecía de condiciones y de talento, y que muchas de las leyes que se votaba eran producto de “la orden de arriba”, no fruto de un meditado estudio de comisión.
 
Cipriano Reyes decía que el presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Cámpora, “sólo servía para tocar la campanilla”.
 
Delia Degliuomini de Parodi era entonces presidenta del Consejo Superior del Partido Peronista Femenino y vicepresidenta de la Cámara de Diputados. Es recordada su declaración de que era común recibir del gobierno los textos que debían leerse, y los nombres de los diputados que debían leerlos.
 
Muchos años después, en 1973, unos quince militantes del brazo armado de Montoneros comenzaron a moverse como pez en el agua por la Cámara de Diputados.
 
Entre ellos, Carlos Kunkel, Nildá Garré y el chaqueño Juan “Carancho” Ramírez.
En enero de 1974, se enfrentaron a Perón por la Ley de Defensa que el líder propiciaba tras el ataque al Regimiento de Azul. No querían que se endurecieran las penas contra los terroristas. Siete, entre ellos Kunkel, renunciaron a sus bancas en repudio a dicha pretensión, y fueron expulsados del peronismo.
 
De nuevo, Cristina
 
En estos días, Cristina, cuyo gobierno se caracterizó por la no transparencia y por una gran intoxicación ética, anda luchando por una banca en el Senado.
El ámbito no le es desconocido. Ya fue congresista por Santa Cruz y Buenos Aires, respectivamente.
 
Como legisladora, se manifestó rabiosamente antimenemista, antidelaruista y antiduhaldista, pero enérgicamente kirchnerista mientras gobernaba su marido.
En 1992, como legisladora provincial reclamó a los diputados nacionales por Santa Cruz votar la privatización de YPF, privatización que solamente en  Cutral Co y Plaza Huincul dejó un tendal de más de cinco mil personas sin trabajo.
 
Votó en contra de la ley de protección de hielos continentales, no quiso votar el proyecto de ley de creación del Consejo de la Magistratura, se opuso a la ley de emergencia pública, a la reforma del régimen cambiario, a la derogación de la ley de subversión económica, al Plan Bonex y a la reforma de la ley de quiebras.
Se oponía a todo. “No soy la recluta Fernández para obedecer las órdenes de nadie” dijo la que, después, como Presidenta, vetó el 82% móvil para los jubilados.
 
Su estilo siempre fue el estilo pendenciero. En el Senado, su bloque la expulsó por indisciplina.
 
Siempre fue un misil despistado, de esos que no se sabe dónde ni cuándo va a estallar.
 
“No me voy del PJ. Si no lo hice en la época de López Rega, menos lo voy a hacer ahora”, dijo. Ahora está fuera del peronismo, en una agrupación irónicamente llamada Unidad Ciudadana.
 
¿Para qué quiere ser senadora?
 
Es la pregunta de muchos.
 
¿Para luchar por una política más auténtica y también menos especulativa y corrupta?.
 
¿Para custodiar los valores de Buenos Aires y de la Nación?.
 
¿Para que la política tenga más transparencia, y para que la corrupción sea cosa del pasado?.
¿Para volver a tener una cuota de poder y darle a ese poder un perfil patriótico y social?.
 
¿Para dar rienda suelta a ese sincero amor que dice tenernos a todos y a todas?.
Se sospecha que quiere ir al Senado por un motivo menos honorable que los consignados: escapar de las consecuencias de las pillerías que la justicia le ha detectado.