*Por Vidal Mario: El día que Montoneros vistió de luto a Formosa

Sociedad

La del 5 de octubre de 1975, comenzó como una típica tarde formoseña, plácida y silenciosa.

El alférez Horacio Domato, a cargo del escuadrón de Gendarmería “Bajo Paraguay”, dormitaba tranquilamente en un sillón. Todo estaba calmo y pacífico. El único ruido que se escuchaba era el de algunos de sus hombres, afuera.

No imaginaban que esa paz pueblerina estaba a punto de dar paso a un infierno que en ese mismo momento comenzaba a más de mil kilómetros de distancia.

A las 15:15, despegó de Buenos Aires un avión de Aerolíneas Argentinas. En pleno vuelo, varios montoneros mezclados entre los pasajeros coparon el aparato y lo desviaron a Formosa.

Simultáneamente, cerca del aeropuerto formoseño, unos cincuenta subversivos ejecutaban otra parte del plan.

Vestidos en su mayoría con vaqueros y campera azul, concentraron autos y camionetas en un camino secundario.

Se apoderaron de quince vehículos más que pasaban por el lugar, a cuyos dueños hacían bajar a punta de armas y alejar del lugar. Minutos antes de las 16, se dividieron en siete grupos y avanzaron en esos vehículos hacia la ciudad.

Dos grupos asaltaron el aeropuerto, lo tomaron, y esperaron la llegada del avión. Los otros cinco grupos enfilaron hacia el Regimiento 29 de Infantería, donde los esperaba el soldado Luís Roberto Mayol para abrirles la puerta.

 

La batalla del aeropuerto

El sargento Sosa se acercó donde dormitaba Domato para pedirle que atienda una llamada telefónica urgente. Quien llamaba era uno de los custodios del aeropuerto, cuyo resguardo era responsabilidad de Gendarmería. Le comunicaron que en esos instantes en el aeropuerto todo era un caos, y que estaban soportando un ataque de subversivos fuertemente armados.

El tiroteo se escuchaba a través del teléfono. En ese mismo momento aterrizó el avión que los terroristas habían capturado en pleno vuelo. Los pasajeros fueron bajados. Los invasores cargaron más combustible en el avión y lo ubicaron en la cabecera, con los pilotos dentro y listos para despegar.

Los gendarmes Domato, Sosa, Ibáñez y el chofer Gom partieron a toda velocidad hacia el aeropuerto en un patrullero. Ignoraban que otros subversivos ya estaban atacando también el Regimiento 29 de Infantería, ubicado en otro sector de la ciudad.

Encendieron la sirena y la luz roja. En su marcha forzada por la Ruta 11, casi se estrellaron contra un colectivo de línea. A 150 metros del aeropuerto, varios vehículos les cerraron el paso. El conductor clavó el freno. Segundos después recibían el fuego graneado de gente parapetada detrás de esos vehículos.

Los subversivos atacaban con fusiles automáticos livianos (FAL), la misma arma que tenían tres de los cuatro gendarmes. El parabrisas del patrullero voló en pedazos debido a la explosión de una granada. Respondiendo con ráfagas de FAL, abrieron la puerta y se tiraron del auto, convertido en una ratonera.

Domato rodó sobre la banquina derecha y advirtió que estaba empapado de sangre. No eran heridas de bala sino que de la nariz para abajo estaba lleno de esquirlas de vidrio. Ibáñez y Sosa, detrás del baúl del patrullero, disparaban sin cesar.

Domato ordenó a Sosa e Ibáñez abandonar su posición y desplazarse hacia una alcantarilla, con lo cual abrieron un poco más el abanico de fuego. En determinado momento, vieron un “blanco rentable”, un gordo de barba y anteojos negros. Abrieron fuego contra él y vieron cómo se desparramaba por el suelo.

Con esa baja de por medio, los otros se replegaron. El patrullero había quedado inutilizado, acribillado a balazos, por lo que tuvieron que seguir avanzando a pie, siempre disparando. Así lograron tomar esa primera posición, constituida por los vehículos desde donde habían sido recibidos a tiros.

En determinado momento un gendarme gritó y señaló hacia adelante. Un patrullero policial venía perseguido por una camioneta. Ambos vehículos venían a gran velocidad. Un tipo, medio cuerpo afuera, tiraba granadas contra los de la camioneta policial.

Domato se tiró detrás de una alcantarilla y disparó contra la camioneta de los subversivos, cuando pasó frente suyo. El que tiraba las granadas se metió adentro, cayéndosele la que tenía en ese momento en la mano, que estalló unos metros atrás. De haber explotado a la par de ellos, volaban todos.

Los gendarmes vieron después que venía hacia ellos un auto rojo con dos hombres delante y otro detrás. Le dispararon, y las balas atravesaron el parabrisas y la luneta trasera. El vehículo frenó y fue rodeado, armas en mano.

Domato tiró al suelo al que venía detrás. Recién entonces lo reconocieron: era el gobernador Juan Carlos Taparelli.

Venía de un acto en el interior, y su avioneta había aterrizado justo en medio del infernal tiroteo. Menos mal que los subversivos no lo reconocieron. Posiblemente no hubiera salido vivo.

Siguieron avanzando. Sobre un pequeño puente que entonces unía la Ruta 11 con el aeropuerto vieron a uno que manipulaba un artefacto. El chofer Gom lo abatió con su pistola. Lo que estaba armando era una bomba tipo vietnamita.

Otro enemigo apareció en la playa de estacionamiento de una empresa de ómnibus. Corrió hacia donde estaban otros compañeros suyos, disparando su FAL.

Los gendarmes lo abatieron con tiros de FAL en el pecho.

Hasta que reconquistaron el aeropuerto, entrando en el preciso momento en que el avión se disponía a levantar vuelo, con numerosos rehenes a bordo.

 

Formosa llora a los muertos

Por otra parte, el saldo del violento ataque al Regimiento de Infantería 29 fueron mamposterías, vidrios, cápsulas servidas y numerosos muertos de ambos.

Con la cabeza apoyada sobre una consola telefónica, había un soldado muerto. Quedó con el enchufe en la mano. Lo habían matado por la espalda, con tres tiros. Sus ojos, sumamente abiertos, no eran de terror sino de sorpresa.

Había otro soldado, desnudo, con el jabón en la mano, también muerto. Lo mataron mientras se bañaba. El cuerpo del subteniente Ricardo Masaferro estaba destrozado. Lo sorprendieron dentro de un baño haciendo alguna necesidad fisiológica, le dispararon con una escopeta y le tiraron una granada de mano.

Pero el esquizofrénico ataque también fue muy caro para los subversivos, porque los soldaditos reaccionaron como debe hacerlo un soldado. Los cadáveres de muchos terroristas quedaron tendidos, después, en el patio del cuartel.
“Formosa: Victoria del Ejército Montonero”, fue, sin embargo, el título de un informe que difundió la revista Evita Montonera en su número de octubre.

El artículo reveló que los subversivos habían utilizado 11 fusiles FAL, 18 pistolas ametralladoras Halcón, 5 fusiles FN, un fusil ametralladora Madsen, dos escopetas, cinco minas, 51 granadas y un arma corta por persona.
“La utilización de las granadas desequilibró a nuestro favor un combate de tres contra más de treinta”, destacó. Las granadas habían salido de la “Fábrica Militar José Sabino Navarro”.

Los soldados muertos, doce en total, fueron sepultados al día siguiente, lunes.

“Formosa llora a los muertos” lo tituló un diario, resumiendo el profundo dolor popular que acompañó sus entierros.