*Por Mario Vidal: Hace 50 años mataban a Isidro Velázquez: Un delincuente convertido en Santo y desaparecido político

Sociedad

Hace 50 años, el 1 de diciembre de 1967, en el paraje Pampa Bandera, Machagai, una patrulla policial cerró la carrera delictiva de Isidro Velázquez, el último bandolero romántico del Chaco. En la misma balacera cayó también su cómplice, Vicente Gauna.

En el infierno de fuego que esa noche se desató en la oscuridad del monte chaqueño, algunos policías casi murieron también. Pero la granada, arrojada por otros de ellos, no explotó.

Cómo cerraron el círculo

Un trabajo de inteligencia permitió saber que Isidro Velázquez mantenía amoríos con la maestra Leonor. Había datos de que proyectaban un nuevo secuestro, la especialidad del dúo. La siguiente víctima sería un empresario de Machagai.

Día tras día siguieron a sol y a sombra a la mujer, hasta que la perseverancia rindió frutos. Agentes apostados en la citada localidad informaron que la maestra iba a Resistencia en su auto, un Fiat 1.500 rojo, con el cartero del pueblo.

En la capital, vieron que entraban en una tienda. Compraron cosas y se retiraron. Policías de civil le pidieron al comerciante los billetes con los que pagaron.

Los cotejaron con la numeración que tenían, y saltó: eran billetes con los que se había pagado un secuestro perpetrado por los bandidos. Detuvieron a la maestra y al cartero.

Le dieron dos alternativas a la maestra: o entregaba a su amante, o iba presa. Prefirió lo de la entrega. Contó lo que proyectaban hacer, y con los datos que aportó diseñaron una trampa para cerrar el círculo fatal en torno de los delincuentes.

Se desata el infierno 

El siguiente paso fue apostar hombres fuertemente armados en el punto elegido para la emboscada, sobre la ruta. Se distribuyeron a los costados de una alcantarilla, y esperaron.

La maestra tenía que parar en ese punto exacto el auto en que venía con Velázquez, Gauna y Lula Aguilar, el cartero. Poco antes de llegar a ese punto, debía decirles que había problemas con el radiador. Al mismo tiempo, debía hacer guiño de luces que permitieran a los policías identificar el auto.

Pasaba coche tras coche y los policías, en la zanja, esperaban. Algunos de ellos todavía recordaban, años después, que la tensión por la espera era insoportable.

De repente, un auto apareció y se detuvo ante las narices de los policías. Los tomó de sorpresa, porque la mujer no había hecho el pautado juego de luces.

Ella y el cartero se bajaron y, tras levantar el capó, se tiraron a un costado, a una zanja.

Comenzó el fuego graneado sobre el vehículo. Algún policía tiró una granada, que rebotó en el techo y vino hacia los uniformados ubicados en el lado opuesto. Todos corrieron. Segundos después la granada explotó, abriendo un pozo.

El jefe de la patrulla, Wenceslao Ceniquel, dio orden de parar el fuego. Se acercó al auto, abrió la puerta trasera y sólo vio el acribillado cadáver de Vicente Gauna.

“¡Se escapó Isidro!”, gritó.

El final

Había una sola dirección por donde podía haber ido. Salieron en su persecución. Cuando lo vieron, Ceniquel le gritó “¡entregáte, Isidro!”. La respuesta fue: “No me entrego”.

En la oscuridad, alguien lo enfocó con una luz, y otro le metió un tiro. Igual se levantó, corrió unos ochenta metros, se aferró a un árbol de quebracho, y se cayó.

Uno le pisó el cuello y le sacó el arma. Segundos después llegaron otros y, como por acto reflejo, otra vez empezaron a disparar. Los policías estaban enardecidos. Por milagro, casi no se matan entre ellos mismos, en la oscuridad.

El cuerpo de Velázquez, a quien ya cantaba un prohibido chamamé de 1965, era un colador.

Los policías que estuvieron allí quedaron condenados a no olvidar jamás aquel día.

Tan histórica fue para ellos esa jornada que el jefe de la Policía del Chaco, capitán Aurelio Acuña, pidió al gobierno que el 1 de Diciembre sea declarado Día de la Policía del Chaco.

San Delincuente

Es sabido que algunas veces en este país para ser famoso primero hay que ser delincuente. Con algo de suerte, hasta se puede llegar a santo. Es lo que terminó pasando con el peligroso delincuente rural del que estamos hablando.

Militantes peronistas salieron a decir que el gobierno militar de entonces ordenó “el fusilamiento de Isidro Velázquez” porque “no aguantó el festejo popular”.

Le dieron el pomposo título de “primer desaparecido de la dictadura de Onganía”.

Compararon su muerte con la del Che Guevara en Bolivia, lo definieron como “uno de los grandes peronistas que tuvo el pueblo”, y dijeron que fue otra víctima más de la Doctrina de la Seguridad Nacional en América Latina.

Paralelamente, amparados por las sombras de la ignorancia, otros le abrieron el camino hacia la santidad.

Una curandera tenía su foto junto a las imágenes de San Jorge y San la Muerte, e invocaba a su espíritu.

Le levantaron altares en La Verde y Machagai, inclusive en algunos barrios de Resistencia.

Otros, con fines netamente comerciales, le dedicaron canciones, películas y documentales.

Un escritor aseguró que lo echaron de la ley, que el régimen no le perdonó que sea feliz, y que el bandido fue como un niño que disfrutó incluso de su muerte.

Cada 15 de mayo y 1 de diciembre, un autodenominado Centro de Estudios Sociales “Isidro Velázquez”, de la localidad de Machagai, organiza bailes en su honor.

Organizan Cabalgatas en su honor, de una de las cuales participó el propio gobernador, Domingo Peppo.

El mandatario chaqueño afirmó que el múltiple asesino, secuestrador y violador de los años 60 fue “un hombre de lealtad y de valor que forma parte de nuestra identidad”, y prometió mandar equipos para mejorar su santuario.

Los únicos méritos de Velázquez fueron matar policías, secuestrar, extorsionar, robar, y además violar a la nena Martiniana en presencia de sus padres.