Durante una farsa en que se dilapidó la entonces escalofriante suma de 678 millones de dólares, el 31 de mayo de 1950 se creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA).
Ocurrió en medio de una delirante historia iniciada en 1947 y que es digna de ser contada.
Perón, admirador de los grandes fastos militares alemanes e italianos, asumió la Presidencia en junio de 1946.
Y cumplió con un sueño que abrigaba desde sus tiempos de ministro de Guerra del anterior gobierno militar: hacer de la Argentina un país armado hasta los dientes.
Amparado en las inmensas reservas económicas con que había recibido el país, reclutó científicos e ingenieros alemanes para que procedieran a desarrollar las Fuerzas Armadas y las fábricas de armamentos y municiones.
Algunos de estos expertos se hicieron famosos. Tal fue el caso del ingeniero aeronáutico Kurt Tanks, diseñador de los aviones a reacción alemanes.
El deseo de Tanks era refugiarse en cualquier país sudamericano que quisiera recibirlo.
Perón consiguió traerlo con un pasaporte falso que fue tramitado por el consulado argentino en Estocolmo. Entró al país con el nombre Pedro Jorge Matías.
El trabajo de Kurt Tanks fue exitoso. En febrero de 1951 el Folker V-VA 183 alemán sobrevolaba las pampas argentinas, ahora con el nombre Pulqui II.
El as de los bombarderos en picada Hans-Ulrich Rudel, quien había llegado en avión al país el 8 de de junio de 1948, fue otro de los que contribuyeron a construir una Fuerza Aérea que apuntaba a ser la más poderosa de Sudamérica.
Perón volcó también enormes recursos en la refundación del Ejército Nacional.
Por eso los gastos militares argentinos (35 por ciento del presupuesto nacional en 1946) superaban a los de Chile, Colombia, Perú, Brasil y Venezuela juntos.
Finalmente, sumó a sus sueños armamentistas un delirio: la bomba atómica.
El “Proyecto Huemul”
Sólo Estados Unidos poseía la fórmula para liberar la energía contenida en los átomos.
Perón decidió invertir una montaña de dólares para convertir a la Argentina en el segundo país en tenerla.
La revista estadounidense The News Repúblic basándose en informes del servicio de Inteligencia norteamericano alertó al mundo, en 1947, sobre dicho plan nuclear.
Bajo el título “El plan atómico de Perón” la revista advirtió: “Dado el potencial económico del país, el proyecto nuclear argentino no puede pasar inadvertido”.
Reveló además la posible emigración a Argentina del científico y Premio Nobel alemán Werner Hiessemberg y remarcó que la proclamada “tercera posición” de Perón encubría la intención de instalar una suerte de IV Reich en suelo argentino.
No prosperó lo de Hiessemberg. Perón decidió entonces contratar al físico austríaco Ronald Richter, otro que había estado anteriormente al servicio del III Reich.
El ambicioso proyecto atómico se analizó en febrero de 1948 cuando Perón se reunió en su despacho con Richter, el mencionado ingeniero aeronáutico Kurt Tank y el secretario de Aeronáutica Militar, brigadier mayor César Ojeda.
“Podemos iniciar los trabajos atómicos mediante el procedimiento de los norteamericanos, pero para eso necesitamos unos seis mil millones de pesos. El procedimiento alternativo es el de la fusión. Por este camino podemos llegar o no, pero comparado con aquel otro costo éste saldría monedas”, dijo Richter.
Todo quedó definido en una segunda reunión concretada en la residencia presidencial.
Estaban Perón, sus ministros, Richter y Tank. También Roberto Siblech, empresario germano expulsado de Chile en 1945, acusado de ser espía del III Reich.
Éste alemán ahora trabajaba para el gobierno argentino en la búsqueda de científicos y técnicos alemanes que, decían, Argentina necesitaba para su industrialización.
Richter instaló su laboratorio en Villa del Lago, Córdoba, pero no por mucho tiempo.
Alegó que había espías observando su trabajo y obligó a Perón a buscar otro sitio.
Encontraron un lugar perfecto a siete kilómetros de Bariloche, en el lago Nahuel Huapí.
Era la Isla Huemul, que terminó prestando su nombre al fabuloso proyecto peronista.
Rodearon la isla con medidas de seguridad equivalentes a la paranoia del científico.
Guardias armadas tenían órdenes de abrir fuego contra toda persona no autorizada que quisiera entrar en el lugar. Todos los trabajadores estaban armados.
Los faros giratorios de una torre de observación iluminaban la zona por las noches.
En Bariloche siempre estaba lista una lancha de transporte de tropas en caso de un ataque al laboratorio.
Estas y otras medidas de protección extrema estaban descriptas en un documento de cuatro carillas escrito en alemán que Richter envió a Perón con el sello “Top Secret”.
En el escrito, titulado Organizatión Plan Proyec Huemul, el científico demostraba su enfermiza obsesión por un posible ataque a su remoto laboratorio.
El 21 de julio de 1949, empezaron a llegar al ultra secreto lugar maquinarias, hombres y materiales. Camiones y más camiones con ladrillos bajaban día y noche desde la estación ferroviaria de Bariloche hasta Playa Bonita, desde donde eran transportados en grandes lanchones a la boscosa isla.
Aproximadamente cuatrocientas personas trabajaban en el laboratorio que fue secretamente visitado por Perón y Eva Perón en la mañana del 8 de abril de 1950.
La empresa estatal Fabricaciones Militares y el Ejército tenían órdenes expresas de otorgar máxima prioridad a los pedidos provenientes de la Isla Huemul.
Faltaban ladrillos y cementos en el país porque todo iba a parar a aquella remota isla.
Aviones de la Fuerza Aérea llevaban a cabo vuelos a Gran Bretaña, Estados Unidos y Holanda para traer secreta e ilegalmente materiales estratégicos que Richter pedía y que por las vías legales jamás se hubiera podido conseguir.
Así, la isla Huemul se transformó en el primer centro de fusión nuclear del mundo.
Argentina, con dos presidentes
Los millones de dólares que el proyecto iba devorando ya no podían seguir disfrazados de “gastos reservados” de la Dirección de Migraciones conducida por el coronel Enrique González, socio de Perón en la logia GOU.
Y fue debido a ello que por decreto 10.936 del 31 de mayo de 1950 Perón creó la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), que hoy cumple 68 años.
Su presidente era el propio Perón y oficiaba de secretario general el coronel González.
El 16 de febrero de 1951 Richter informó que en la remota isla patagónica había tenido lugar la primera fusión nuclear controlada de la historia argentina.
La novedad emocionó a Perón. Tanto lo emocionó que incluso llegó a otorgar al científico poderes presidenciales a través de este escueto mensaje:
“Queda usted designado mi único representante en la Isla Huemul, donde ejercerá por delegación mi misma autoridad. Buenos Aires, 1° de marzo de 1951”.
Así fue como Argentina tenía dos presidentes: Juan Domingo Perón y, por mandato de éste en jurisdicción de la isla Huemul, un científico nazi. Una situación tan ilegal como sin precedentes en la historia institucional del país.
El anuncio de Perón
En multitudinaria conferencia de prensa, el 24 de marzo de 1951 Perón anunció al país y al mundo que la Argentina ya estaba en condiciones de liberar energía atómica y obtener radioisótopos mediante reacciones termonucleares.
Los diarios argentinos difundieron la espectacular noticia con títulos como estos:
“Sensación mundial por el anuncio de Perón sobre energía atómica”. “Profunda repercusión tuvo en Washington el anuncio argentino sobre la producción de energía atómica”. “El general Perón posibilitó la gran conquista”, entre otros
Efectivamente, el anuncio de Perón causó gran revuelo en la prensa mundial.
El “France Press” editorializó sobre lo que podría pasar si Argentina llegara a producir armas nucleares.
El 28 de marzo, cuatro días después del trascendental anuncio, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno Ronald Richter fue solemnemente homenajeado.
Perón y su mujer, que ya estaba enferma le entregaron la más alta condecoración de la Argentina peronista, “La Medalla de Oro de la Lealtad”, y el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
El ocaso del farsante
Pero todo había sido mentira, el “Proyecto Huemul” en que se había volcado millones de dólares se hundió y el mundo científico se burló del papelón internacional de Perón.
“El sueño atómico de Perón se desvanece”, anunció el New York Times. Un diario que clandestinamente se imprimía en la Argentina señaló: “Terminó la farsa atómica”.
Con el paso del tiempo los únicos recuerdos del faraónico proyecto que quedaban en la isla Huemul eran las ruinas del reactor y un solitario cartel que rezaba:
“Presidencia de la Nación. Comisión Nacional de Energía Atómica. Proyecto: Plan Piloto de la Energía Atómica Huemul. Plan de Gobierno 1946-51”.
No fue, ésta, la primera vez que Perón arrojó a la hoguera de las vanidades enormes recursos del Estado. Lo había hecho ya en 1947 con la nacionalización de los ferrocarriles.
Lo0 cual fue completamente innecesario porque de todos modos ya estaba previsto que los trenes volvieran automáticamente a manos argentinas a mediados de 1960.
En esta operación con los ingleses el país perdió tres mil millones de pesos, equivalentes a 150 millones de libras esterlinas. Mucho más de lo que Inglaterra le debía a Argentina por los fondos bloqueados en Londres con motivo de la guerra.
Esto también se hizo a espaldas del pueblo y sin intervención de la Cámara de Diputados de la Nación.
En cuanto a Ronald Richter, el hombre a quien hasta habían entregado la Medalla de la Lealtad Peronista, en 1954 fue encerrado en un calabozo del Congreso Nacional.
Murió el 29 de diciembre de 1991.