Hoy se conmemora en el Paraguay el Día del Niño. Se conmemora, no se festeja, porque cada 16 de agosto se recuerda en ese país algo que no es para festejar.
Un día como hoy del año 1869, en un campo conocido como Acosta Ñu más de tres mil niños fueron muertos uno a uno, sin contemplaciones y a la vista de sus madres.
Lo que ocurrió allí fue un símbolo de la crueldad de la Guerra de la Triple Alianza. Fue una inconcebible e injustificable carnicería, sin parangón ni antes ni después en la historia militar del mundo.
No fue una batalla sino una carnicería de características infernales. ¿Quién puede llamar batalla a una carga de 20.000 soldados brasileños sobre 3.500 niños?.
Ese espeluznante exterminio de inocentes debe ser cargado primeramente a la cuenta de López, a quien su lugarteniente Bernardino Caballero llamó el “Nerón del Paraguay”.
El otro responsable fue el yerno del emperador Pedro II, Luís Felipe Gastón de Orleáns, conocido como Conde d’Eu.
El primero, porque deliberadamente concentró a las víctimas en el citado lugar. El segundo, porque sabiendo que eran niños disfrazados de adultos igual los mató a todos.
¿Quién amontonó tantos miles de niños en el campo de Acosta, que eso es lo que en guaraní significa Acosta Ñu?. ¿Vinieron solos, por cuenta e iniciativa propia, llamándose unos a otros por redes sociales?. ¿Quién les puso barbas postizas a fin de que pareciesen mayores?. ¿Quién obligó a sus madres a esconderse en los tupidos pajonales que bordeaban el trágico escenario?.
Una maniobra de distracción
López fue, entonces, uno de los responsables de la criminal matanza de Acosta Ñu. Lo que hizo allí fue una maniobra suya de distracción para poder seguir huyendo.
Necesitaba distraer al enemigo para seguir su huida hacia las cordilleras. Puso a todos esos niños de escudo a fin de que el tiempo que perdieran los brasileños en matarlos aprovecharlos él para desaparecer del lugar, junto con quienes aún lo seguían.
En su conocido libro Genocidio Americano, el historiador brasileño Julio José Chiavenato relata de esta manera esa tragedia que todavía enluta al pueblo paraguayo: “Acosta Ñu es el símbolo más terrible de la crueldad de esa guerra: los niños de seis a ocho años, en el calor de la batalla, aterrados, se aferraban a las piernas de los soldados brasileños, llorando, pidiendo que no los matasen. Y eran degollados en el acto.
Escondidas en las selvas próximas, las madres observaban el desarrollo de la lucha. No pocas de esas mujeres empuñaron las lanzas y llegaron a comandar grupos de niños en la resistencia. Finalmente, después de todo un día de lucha, los paraguayos fueron vencidos.
Al atardecer, cuando las madres vinieron a recoger a los niños heridos y enterrar a los muertos, el conde d’Eu mandó incendiar la maleza. En la hoguera se veían niños correr hasta caer víctimas de las llamas.
El sacrificio de esos niños simboliza perfectamente cómo la guerra se tornó implacable y sin concesiones. Tanto por el lado de Francisco Solano López, formando batallones de niños, como por el lado brasileño, que no se avergonzó en matarlos”.