Hace dos meses, el excombatiente Beto Altieri recuperó el casco que le salvó la vida en la guerra gracias a un benefactor anónimo. La historia trascendió a nivel mundial. Un militar inglés, que hace 37 años se llevó un casco de las islas, se conmovió con el hecho. Y publicó en las redes sociales que buscaba al verdadero dueño del objeto de guerra que guardaba como «un recuerdo».
Pasaron 37 años y en una semana a Jorge Eduardo Melnichuk le sucedió de todo. El martes 28, en una emotiva ceremonia realizada en el departamento de Veteranos de Guerra, recibió la distinción que otorga el Congreso de la Nación a los que pelearon contra los británicos en 1982.
«Cuando se hizo la entrega de las medallas, yo trabajaba y no podía viajar; después dejé pasar el tiempo. Esta es una de las cuestiones que tenía pendiente», explicó Melnichuk.
El soldado tuvo su merecida ceremonia, de la que participaron el jefe del Departamento de Veteranos de Guerra de Ejército, el coronel VGM Jorge Zanela y su segundo, el teniente coronel VGM Martín Treglia, quienes prendieron del pecho del veterano la medalla, ante la atenta mirada de dos soldados del Regimiento de Patricios.
Lo que llamó la atención fue que Melnichuk llegó con el casco con el que peleó en Malvinas, al que debió dejar tirado sobre la turba y al que daba por perdido y que, casi milagrosamente, recuperó después de 37 años.
Puerto Yapeyú
Melnichuk nació en Resistencia, Chaco y actualmente vive en Barranqueras junto a su esposa y sus dos hijos. Fue a la guerra con el regimiento de infantería 5 y estuvo en Puerto Howard -Puerto Yapeyú para nosotros- en la isla Gran Malvina. Seguramente, fue la unidad que más aislada estuvo durante el conflicto.
Ubicado al este de la isla Gran Malvina, Howard fue fundado en 1866 en las faldas del Monte María. En ese lugar, se asentaron 600 efectivos de las compañías A, B y C del regimiento 5, quienes se distribuyeron estratégicamente para defender el puerto y el pequeño muelle del poblado. La A estaba situada cerca del puerto, la C en un valle y la B, asentada en el Monte María, fue la más expuesta.
Rápidamente, se sintió el aislamiento, ya que las provisiones comenzaron a escasear. Se fueron comprando ovejas a los lugareños, a las que se cocinaba con fuego de turba en tachos de 200 litros. Por seguridad sólo se encendía fuego una vez al día.
Antes de la guerra, se había recibido de Técnico Mecánico, de lo que soñaba trabajar, y por eso era hábil con el dibujo técnico, pero no con el artístico. Fueron vanas las excusas ante la orden de su superior de que dibujase un cartel con el nombre de «Puerto Yapeyú», en honor del lugar de nacimiento de José de San Martín, ya que la compañía C del Regimiento 5 tenía su asiento en esa ciudad.
«Debí arreglármelas solo; recorriendo la zona, en un galpón abandonado encontré pintura blanca, me hice de un pincel viejo y hasta tuve que conseguir una madera natural del lugar y así hice el cartel», contó.
Melnichuk recuerda cuando, con fuego reunido, lograron derribar a un avión Sea Harrier, el 21 de mayo. «Por suerte el piloto, Jeff Glover, pudo eyectarse; tampoco olvida los cañoneos navales por las noches, que comenzaban cerca de las 22 y seguían hasta la madrugada y las patrullas que hacíamos para detectar movimientos enemigos cercanos a San Carlos».
Fue cuando la patrulla del entonces teniente primero José Martiniano Duarte mató al capitán John Hamilton, el 10 de junio y tomó prisionero al sargento Roy Fonseca, quien permaneció como tal hasta finalizada la guerra.
El veterano remarca el aislamiento y los problemas de abastecimiento. «Por eso quiero reconocer especialmente a la tripulación del buque Isla de los Estados, hundido por los británicos el 10 de mayo en su intento por abastecernos. Muchos de ellos perdieron la vida entonces y quiero que los familiares sepan que valoramos su esfuerzo y sentimos la pérdida».
Fue una misión sumamente arriesgada la de Isla de los Estados, ya que no solo llevaba alimentos sino además municiones. La guarnición se vio conmovida por la tremenda explosión que sufrió el buque, de la que solo sobrevivieron dos tripulantes.
Triste recuerdo de entonces: cerca de la costa, vieron flotar zapallos, que era parte de la carga del barco. Sirvieron para hacer un puré lo suficientemente líquido, que se servía con el desayuno.
Fueron muchos los esfuerzos y las penurias pasadas. Por eso Melnichuk también quiso destacar la labor del entonces jefe del regimiento, el entonces coronel Ramón Mabragaña. «Una gran persona, muy profesional, consustanciado con sus soldados. Nos cuidó como lo hace un padre y no era fácil en la situación en la que nos encontrábamos».
La posguerra
No fue sencilla la posguerra para Melnichuk. Porque cuando buscaba trabajo y decía que era veterano de guerra, las puertas se le cerraban. Debió ocultar que había estado en Malvinas, pero aun así no pudo emplearse en lo que más le gustaba, que era como técnico mecánico y eléctrico. Actualmente es docente de Talleres y Oficios en su provincia. Claro que no dejó de hablar de la guerra. Si bien no es muy afecto de mezclar los centros de veteranos con la política, con un grupo de compañeros se reúnen a compartir asados y recuerdos.
Sin embargo, la sorpresa de su vida llegó inesperadamente una noche. En un grupo de Facebook de veteranos de Ejército, vio la fotografía del casco que tuvo que dejar en Malvinas, y que estaba en poder de un soldado inglés.
«No sabía que existía. Esa noche no hice nada, me fui a dormir con el pensamiento de que ese casco era el mío», cuenta.
El poseedor del casco pretendía devolverlo. Tomó la decisión cuando siguió las notas del caso de Jorge «Beto» Altieri, quien se reencontró con el casco que le salvó la vida en Monte Longdon en la redacción de Infobae, y que llegó a sus manos gracias a un benefactor anónimo que lo adquirió en una subasta online.
A partir de ahí, se dispararon una sucesión de hechos increíbles. A través de un amigo en común de un veterano argentino -amigo de Melnichuk- fue que llegaron al inglés, llamado John Curd, de 77 años, también veterano de la guerra de Irak. Durante el conflicto armado, fue piloto de helicóptero. Luego de la rendición, había llevado un pelotón de la Guardia Escocesa a Puerto Yapeyú para recoger armamento y limpiar el lugar. Entonces Curd se llevó el casco de recuerdo.
De ahí en más, Melnichuk y Curd comenzaron a comunicarse y a arreglar los detalles de la devolución de la pieza. La embajada argentina en Gran Bretaña había ofrecido enviarlo a nuestro país por valija diplomática, pero Melnichuk se negó. «Ya lo perdí una vez, no me voy a arriesgar a que se pierda nuevamente. Con mi esposa decidimos viajar a buscarlo».
El pasado 19 de mayo llegó a Londres. Y, acompañado de su esposa el 24 se encontró con Curd en la embajada argentina. Hablaron largamente de la guerra, de sus vidas; el británico le contó de sus experiencias en Irak, intérprete mediante. Curd le confesó que se había sentido conmovido por las alternativas del casco de Altieri y fue cuando decidió hacer lo mismo.
«Un tipazo, un honor el haberlo conocido», destaca Melnichuk. Por último se tomaron una fotografía, se dieron la mano, con el casco como protagonista.
El inglés lo había restaurado. Sin embargo, le devolvió las viejas piezas originales que había reemplazado. Su dueño ya lo tiene decidido: mandará a fabricar una pecera, con luz led incluida, para colocar su preciado tesoro.
Finalmente, luego de un largo e impensado ajetreo entre Londres y Buenos Aires, Jorge Melnichuk volvió al Chaco. «Estoy cansado, pero feliz», remarca. Tiene sus razones.
Fuente: INFOBAE