Argelia lleva seis meses en un conflicto político que parece muy lejos de terminar en la brevedad

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Tras seis meses de manifestaciones, el movimiento de protesta continúa vigoroso, pero el Ejército no ha cedido ni aceptado sus demandas.

Ni un calor sofocante -a veces, por encima de 40 grados-, ni las vacaciones de la Fiesta del Sacrificio, ni las medidas disuasorias de las autoridades en forma de calles bloqueadas o arrestos arbitrarios han podido poner fin a la revuelta popular en Argelia. Este viernes, una multitud volvió a manifestarse en una treintena de ciudades para pedir una verdadera transición democrática. Con esta, ya van 26 convocatorias seguidas, medio año. En la cresta de la canícula, el volumen de las movilizaciones se ha reducido, pero se espera que recuperen su vigor en septiembre, con el retorno del curso en las universidades. Será el momento decisivo para desbloquear el camino de una revuelta que lleva un par de meses encallada.

Uno de los blancos preferidos de los manifestantes ha sido Karim Younes y su Comisión Nacional para el Diálogo y la Mediación, el enésimo truco que el general Gaid Salah, el hombre fuerte del país, se ha sacado de la chistera para intentar llevar la corriente de cambio a su molino. “Ni diálogo, ni elecciones bajo la mafia”, rezaba un cartel, mientras en las calles de Argel resonaba el eslogan «Estado civil, no militar».

Younes es un político y escritor que lidera un panel de seis personalidades con el encargo del Ejército de una meta concreta: la preparación de unas nuevas elecciones presidenciales. Sin embargo, el hirak, como se conoce el movimiento popular de protesta, recela de las intenciones de las autoridades.

 

Las estrategias hasta ahora de los dos principales actores, el Ejército y el hirak, han mostrado sus límites y situado el país en un callejón sin salida. Ambos llevan semanas enrocados en sus posiciones mientras esperan una cesión del otro que nunca llega. Los manifestantes no han podido imponer sus tesis, pero sí han logrado abortar las soluciones propuestas por le Pouvoir -los poderes fácticos- a la crisis política desencadenada en febrero con el anuncio del presidente Abdelaziz Buteflika de presentar su candidatura a la reelección a pesar de su estado catatónico. A través del ministro de Defensa, Gaid Salah, el Ejército intervino para forzar la dimisión del rais, e imponer unas elecciones bajo su control. No obstante, el boicot de la población y de los partidos políticos opositores lo impidió.

Durante los últimos meses, el Gobierno ha intentado ganarse a las masas con el arresto y procesamiento por corrupción de algunos pesos pesados del antiguo régimen, como el hermano del expresidente, Saïd Buteflika; el magnate Ali Haddad, o el ex primer ministro Ahmed Ouyahia. Sin embargo, los activistas han interpretado las detenciones y juicios como un ajuste de cuentas dentro del sistema, y no como una señal de una voluntad sincera de cambio.

Todas las miradas están ya puestas en septiembre, mes de reválidas. Y parece que los activistas del hirak no están dispuestos a repetir curso, a seguir bloqueados otros seis meses más.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Fuente: El País