Las nutricionistas María Marta Andreatta y Daniela Defagó, investigadoras del CONICET y María Emilce Sudriá, jefa del Servicio de Alimentación del hospital 4 de Junio “Dr. Ramón Carrillo” de Chaco, se propusieron responder los interrogantes en torno a los hábitos alimentarios durante el aislamiento dispuesto por la pandemia.
¿Qué impacto puede tener la cuarentena en nuestro modo de vida? ¿Hasta qué punto esos cambios pueden afectar nuestro sistema inmune? El estudio tuvo por objetivo registrar las prácticas alimentarias de personas que consumen carnes y aquellas que cumplen una dieta vegetariana durante el aislamiento.
“Registramos que así como cambia la rutina en el período de encierro, se modifican también los hábitos alimentarios”, indicó María Marta Andreatta, investigadora adjunta del CONICET en el Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CIECS, CONICET-UNC).
La investigación que, durante los primeros doce días de cuarentena registró la respuesta de 2518 personas, en su mayoría pertenecientes a la población que consume carnes, refleja un incremento de la preparación de comidas caseras en aproximadamente el 50 por ciento para ambas poblaciones, mientras que apenas el 2 por ciento de los encuestados declaró recurrir al delivery con mayor frecuencia, un aspecto considerado como positivo por las responsables del estudio.
El consumo de carnes, frutas y verduras
El 55 por ciento de las personas encuestadas que comen carnes refiere consumir alimentos por estrés y ansiedad, mientras que el 62 por ciento de los vegetarianos consultados indica un incremento en su consumo por las mismas razones. “Ambas poblaciones han tenido un aumento en la cantidad de alimentos desaconsejados como harinas, golosinas, gaseosas y alcohol, al tiempo que se ha reducido el consumo de frutas y verduras”, explica Andreatta.
Los datos muestran que en la Argentina el consumo de frutas y verduras en general es bajo. Durante el aislamiento un alto porcentaje de encuestados refiere que ha bajado aún más su ingesta: “Las Guías Alimentarias establecen que lo recomendable es ingerir de dos a tres frutas por día y en general la población llega a consumir solo una. Un 24 por ciento declara que en época de aislamiento social la ingesta es menor a la habitual. Con las verduras sucede lo mismo, no se llega a cubrir las porciones diarias recomendadas y según el 19 por ciento de los encuestados, el consumo ha bajado” sostiene Daniela Defagó, investigadora asistente del CONICET en el Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Salud (INICSA, CONICET-UNC) y docente de la escuela de nutrición de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Y agrega: “Las frutas y verduras son nuestra principal fuente de vitaminas, un aspecto que se relaciona íntimamente con la inmunonutrición. La respuesta inmune es nuestra defensa contra los agentes infecciosos y en este momento en el que enfrentamos la pandemia del COVID-19, la nutrición tiene un rol muy importante”.
“Si bien el mecanismo de acción del COVID-19 continúa descifrándose, existe evidencia científica que comprueba que el ingreso del virus al organismo produce una cascada de sustancias proinflamatorias que agreden, al mismo tiempo, al propio sistema. Por este motivo la respuesta inmune debe encontrarse equilibrada”, señala Defagó. Numerosas investigaciones ya han demostrado que la nutrición cumple un rol fundamental para el correcto funcionamiento del sistema inmune e “incorporar nutrientes a la dieta diaria puede ayudar a contrarrestar los efectos inflamatorios producidos por algún agente infeccioso”, destaca la científica.
Las Guías Alimentarias difundidas por el Ministerio de Salud de la Nación establecen los lineamientos para la dieta habitual de los argentinos, con los cuales se cubrirían los requerimientos básicos de vitaminas y minerales, entre otros nutrientes indispensables. Sin embargo, en la particular situación actual, es aconsejable mejorar el consumo de alimentos frescos: “Las vitaminas hidrosolubles se pierden en el agua de cocción. Lo recomendable es que las verduras se consuman frescas, atendiendo a las medidas de higiene necesarias”, enfatiza Defagó.
Andreatta destaca que el consumo de verduras y frutas en la población vegetariana tiende a adecuarse a las recomendaciones. Por otra parte, menos de la mitad de las personas vegetarianas encuestadas declaró suplementarse con vitamina B12, la cual “no se encuentra presente en los vegetales y si bien no se relaciona con la función inmune, resulta indispensable para el correcto funcionamiento del sistema nervioso”, señala.
El consumo de carnes no refleja cambios sustanciales. El 91 por ciento de los encuestados pertenecientes a la población que incluye estos alimentos en su dieta habitual declara consumir una o dos porciones de carne diarias. La recomendación en este punto es alternar la variedad de carnes rojas y blancas: “El omega-3 presente en la carne de pescado es un ácido graso antiinflamatorio, por lo que es ideal consumirla una o dos veces por semana”, puntualiza Defagó.
En lo que respecta a los grupos de riesgo el consumo de alimentos inmunoprotectores cobra vital importancia. En poblaciones vulnerables es necesario estimular el consumo de “frutas, verduras, semillas y frutos secos, ya que pueden fortalecer la respuesta inmunológica”, indica la investigadora.
Hacia el fin de la pandemia
El aumento del estrés, la ansiedad a causa del aislamiento, así como las razones económicas y aquellas que devienen de las dificultades de acceso a los puntos de venta son algunas de las hipótesis que consideran las responsables del proyecto para explicar el evidente cambio en los hábitos alimentarios. El futuro de la investigación estará centrado en aquellos alimentos que se relacionan directamente con la inmunutrición en los grupos considerados de riesgo frente al COVID-19.
Si bien se trata de una situación excepcional, no es la primera vez que un virus se propaga desde poblaciones animales a poblaciones humanas: “Es un buen momento para reflexionar de qué modo nos estamos alimentando y cómo la producción industrial de animales, tratados con antibióticos y hormonas para resistir la crianza masiva y el hacinamiento resultante, impacta en nuestra salud”, concluye Andreatta.
Fuente: CONICET