Al menos 3 millones de mujeres en todo el mundo publicaron sus selfies en Instagram con una única etiqueta -#DesafíoAceptado-. Pero en muy pocos casos se vincularon las fotos con la lucha que protagonizan las mujeres turcas y en la que el uso de las imágenes tiene un sentido político y concreto.
El hallazgo del cadáver de una joven estudiante universitaria en un bosque en una ciudad del suroeste de Turquía desató renovadas protestas del movimiento de mujeres en ese país y dio nuevo impulso a una campaña en redes sociales que dio la vuelta al mundo.
Al menos 3 millones de mujeres en todo el mundo publicaron sus selfies en blanco y negro en las red social Instagram con una única etiqueta –#DesafíoAceptado- y, a continuación o en un mensaje privado, nominaron a otras mujeres «hermosas, inteligentes, admirables» para que cumplan el mismo «desafío».
Las redes se llenaron de actrices, cantantes, ‘influencers’ y mujeres anónimas repitiendo un mensaje de empoderamiento femenino, sin más contenido que la foto en blanco y negro, muchas veces sonriente o posando.
En cada país, la iniciativa tomó características locales.
En Estados Unidos, por ejemplo, cobró especial fuerza después de que la legisladora demócrata Alexandria Ocasio-Cortez respondiera con un encendido discurso a un congresista republicano que la había insultado.
Pero en muy pocos casos, en Estados Unidos o en Argentina, se vincularon las fotos en blanco y negro con la lucha que protagonizan las mujeres turcas y en la que el uso de las imágenes tiene un sentido político y concreto.
El sentido de las fotos en blanco y negro
En Turquía, muchas mujeres publicaron sus fotos en blanco y negro en un intento por recrear la realidad a la que se enfrentan cada mañana al abrir sus redes sociales o mirar la tapa de los diarios.
Por ejemplo, cuando apareció la foto en blanco y negro de Pinar Gultekin, de 27 años, quien desapareció hace dos semanas en la provincia de Mugla.
Su cuerpo sin vida fue hallado en un bosque, dentro de un barril cubierto con hormigón, y la autopsia determinó que, antes de ser escondida allí, había sido estrangulada. Su expareja, Cemal Metin Avci, fue arrestado y acusado por su asesinato.
El de Gultekin no es un caso aislado.
Más de 3.000 mujeres y niñas fueron asesinadas desde 2010 en Turquía, según cifras de la plataforma turca Vamos a Detener los Femicidios. Pero su caso volvió a sacar al movimiento de mujeres a las calles.
Tras el hallazgo de la joven, miles de personas salieron a protestar con pancartas, con las historias de otras mujeres asesinadas para hacer oír sus voces y con la amenaza latente de que el Gobierno islamista de Recep Tayyip Erdogan abandone la Convención de Estambul, un documento del Consejo Europeo de 2011 que establece normas para prevenir y combatir la violencia contra la mujer y en el hogar.
Es impresionante ver que a pesar de las diferencias, en la lucha por la liberación de las mujeres hay unidad”
MELIKE YASAR, ACTIVISTA KURDA
«Turquía fue el primer país que firmó esta convención y también hizo una campaña muy grande para mostrar que está a favor de proteger a las mujeres. Pero luego el Gobierno siguió atacando y oprimiendo a las mujeres y al movimiento LGBT», denunció la activista kurda Melike Yasar, en diálogo con Télam.
Yasar destacó, además, que durante la pandemia el Gobierno aprobó una nueva Ley de Amnistía para liberar presos, que benefició «a muchos femicidas», que empezaron a asesinar y abusar nuevamente de mujeres.
Esto generó una fuerte unidad entre los diferentes movimientos de mujeres que conviven en Turquía, que por primera vez pudieron dejar de lado sus diferencias políticas, étnicas o religiosas para pelear por una misma causa y llevar un mensaje de unidad al Parlamento.
«Es impresionante ver que a pesar de las diferencias, en la lucha por la liberación de las mujeres hay unidad», celebró Yasar y alertó que eso es algo que «el Gobierno considera peligroso».
Erdogan ha gobernado el país desde 2003 y con la construcción de su poder fue profundizando la islamización de un país fundado como una república laica y, para Yasar, esa «islamización niega la existencia de la mujer».
El temor hoy es que la Convención de Estambul sea la próxima víctima de ese proceso de islamización.
A principios de julio, el vicepresidente del Partido de la Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan, Numan Kurtulmus, tildó de «errónea» la convención y argumentó que «rompe la unidad de la familia».
«Fuimos los primeros en firmar pero también podemos retirarnos», advirtió.
Erdogan, como hizo en el pasado, desligó la responsabilidad en «el pueblo» y aseguró que «si la gente quiere» retirarse, él lo haría.
La abogada y activista turca Meline Cilingir, vocera de Por Cati, una organización que lucha contra la violencia patriarcal, advirtió recientemente que cualquier intento de retirarse de la convención será desafiada en los tribunales.
Pero Yasar no es optimista.
«En Turquía, la Justicia y el Parlamento no son independientes porque existe un sistema presidencial y un sistema dictatorial de parte de Erdogan. Entonces es muy fácil cambiar la Constitución y es muy fácil retirarse de esta convención», lamentó la activista kurda.
Frente a un escenario político e institucional cada vez más difícil, el movimiento de mujeres en Turquía ha asumido un desafío que sobrepasa a las redes sociales.
Fuente: Télam.-