La cuarta cita electoral en dos años no ha logrado sacar a Israel del pozo político en el que se encuentra en torno a la figura del primer ministro Benjamin Netanyahu. Uno de los principales responsables del liderazgo mundial israelí en número de vacunas y de comicios.
Si en las próximas semanas no hay rastro de tránsfugas, alianzas contra natura e incumplimiento de promesas electorales y planteamientos ideológicos, los israelíes volverán a ser convocados a las urnas por quinta vez desde el 2019 con tanto malestar y hastío que la participación podría ser inferior a la del martes (67,4%).
El recuento final de los votos deja, una vez más, a Netanyahu sin poder formar Gobierno con un bloque derechista y religioso de 59 escaños. Si 61 era la cifra mágica que le abría el camino para la formación de su sexta coalición, 60 era su escudo parlamentario para abortar iniciativas del llamado «bloque del cambio» como por ejemplo el relevo del presidente de la Knésset o una ley que evita que un diputado imputado sea candidato para formar Gobierno. Aunque aún no está claro que sea posible, constituye la gran pesadilla para Netanyahu en juicio por supuesta corrupción. En su entorno, admiten decepción por los resultados.
Israel podría salir del bucle si el primer ministro más longevo en su historia abandona la residencia oficial de Balfour y se centra en su juicio. En tal caso, el Likud tardaría cinco minutos en liderar un Ejecutivo con gran parte de las 13 formaciones de la Knésset incluyendo el centrista Yesh Atid de Yair Lapid. Mientras sus seguidores más fieles sostienen que Netanyahu no debe dimitir porque fue elegido democráticamente por el Likud y sigue siendo con diferencia el líder más votado del país, sus rivales le acusan de arrastrar el país a un sinfín de elecciones debido a sus problemas con la Justicia. El núcleo duro de ambos bandos comparte una fe absoluta en su causa.
Fuente: El Mundo
Foto: France 24