Al apagar sus televisores, los alemanes se fueron a la cama el pasado domingo con una idea bastante aproximada de las propuestas de los candidatos para mejorar los salarios, redistribuir la carga fiscal, luchar contra el calentamiento global o mejorar el acceso a internet. Pero la hora y media del tercer y último debate de esta campaña electoral no dejó ni una sola pista, más allá de alguna proclama genérica, sobre las políticas que socialdemócratas, democristianos y verdes pretenden impulsar respecto a Europa y el resto del mundo.
Este ensimismamiento de la mayor economía del continente oculta el hecho de que las elecciones alemanas son mucho más que una cita local. Quien se haga con el poder en Berlín marcará la agenda en asuntos tan relevantes como cuándo deben empezar los gobiernos de la UE (y el Banco Central Europeo) a cerrar el grifo del gasto; cómo afrontar la inmigración que, pase lo que pase, va a llegar a Europa; o plantearse de qué herramientas dispone la UE pare evitar la pérdida de peso geopolítico en un mundo que pivota cada vez más en torno al Pacífico.
Como país más poblado y la mayor economía de la UE, ha ganado peso en las dos últimas décadas hasta desequilibrar por completo el tradicional motor franco-alemán en la construcción europea. La fortaleza de un modelo basado en las exportaciones le ha permitido actuar no como un poder omnímodo, pero sí como una especie de árbitro que equilibra las tensiones entre este y oeste, y norte y sur. La preponderancia de la canciller Angela Merkel a lo largo de 16 años ejemplifica ese liderazgo en Europa.
La primera es que los tres candidatos —Scholz, Laschet y la verde Annalena Baerbock— pertenecen al ala moderada de sus partidos. Pese a sus diferencias, no habrá con uno ni con otro un cambio tectónico. Alemania no elige entre candidatos antitéticos como Donald Trump y Joe Biden en Estados Unidos o como muy probablemente ocurra en Francia el próximo año con Emmanuel Macron y Marine Le Pen.
La segunda idea es que no solo importará quién asciende a la cancillería, sino en quién se apoya para lograrlo. No sería lo mismo un canciller Scholz con un ministro de Finanzas Christian Lindner —el líder del partido liberal FDP, un halcón para el que el déficit cero es un objetivo irrenunciable— que un, bastante improbable, tripartito de izquierdas. “Scholz puede tener grandes ideas para la gobernanza del euro, pero si Lindner es ministro de Finanzas va a tener muchos problemas”, sugiere Guérot. “No está escrito que los liberales se vayan a quedar el premio del Ministerio de Finanzas. Los Verdes podrían aspirar también”, añade Otero. Si las encuestas aciertan, verdes y liberales tendrían que entenderse para formar un Gobierno encabezado por Scholz o Laschet.
Por último, todo apunta a que la complicadísima tarea de acordar un Gobierno entre tres partidos va a alargar meses las negociaciones, condenando al país a una parálisis de incierta duración. Nadie descarta que Merkel continúe en funciones a mediados de diciembre y logre así superar el último récord que se le resiste: convertirse en la (o el) canciller que ha pasado más tiempo en el poder en la historia de la República Federal, superando a Helmut Kohl.
Fuente: El País