La producción del Inamu, Pedro Aznar, Ariel Lavigna y Gustavo Gauvry le da una impactante grandiosidad sonora a canciones que forman parte del patrimonio cultural argentino.
¿Hay acaso un amago de polémica ante la afirmación de que «Seminare» es una de las canciones más perfectas que dio el rock argentino? Quien quiera discutir por discutir nomás, por esa mecánica de las redes, puede ir a buscar la reedición 2021 del album debut de Serú Girán -cuesta escribirlo con acentos, uno viene acostumbrado a la otra versión-, apoltronarse en el punto justo frente a los parlantes y poner a girar el disco. Al terminar los 3:32 minutos del tema compuesto por Charly García y llevado al cielo por David Lebon, Oscar Moro y Pedro Aznar, se puede volver a charlar el asunto.
La misma tormenta perfecta detrás de la impecable e impactante reedición de Grasa de las Capitales repite el logro con Serú Girán. Una suma de voluntades aplicadas al auténtico rescate sonoro de obras capitales del rock argentino, con el conocimiento, la habilidad técnica, la experiencia para llevarlo a cabo. La recuperación del catálogo de Sicamericana (empresa propietaria de los sellos Music Hall, Sazam y TK) por parte del Instituto Nacional de la Música fue un primer e importantísimo paso, al que le siguió la entrega de esas canciones a sus legítimos dueños, los compositores.
En un caso cercano al milagro, en esa gestión virtuosa del organismo creado en 2012 se recuperaron cintas de respaldo de media pulgada: un soporte que habilitaba a un auténtico trabajo de remasterización para la edición en vinilo. Y dos personajes clave para llevarlo a cabo, Pedro Aznar y el ingeniero Ariel Lavigna, que realizaron el pasaje a audio de alta resolución y se aplicaron artesanalmente a la corrección de ruidos y fallas en la cinta. Gustavo Gauvry, de la Asociación Argentina de Técnicos e Ingenieros de Audio, y Diego Boris, presidente del Inamu, completaron el equipo que produjo una nueva perla de Serú para atesorar.
Por eso hay que comenzar diciendo lo mismo que con Grasa: en un universo de reediciones de rock argentino que a menudo no pueden acceder a las cintas originales (simplemente porque ya no existen), la versión 2021 de Serú Girán logra sonar mejor que el original. Sobre todo teniendo en cuenta que, aún con el cuidado obsesivo del melómano, las copias originales no pueden sino reflejar el efecto de miles de escuchas.
Porque ahí está el corazón del asunto: estas canciones han sido escuchadas miles de veces, por la poderosa razón de su altísima inspiración artística y excelencia de performance. Serú Girán es el perfecto enlace entre la banda que produjo un terremoto en la escena local en solo cuatro años y La Máquina de Hacer Pájaros, aquel experimento de García siempre necesitado de un mayor reconocimiento. Es la explosión de ideas entre Charly y Lebon, y el perfecto entendimiento entre Pedro y Moro, y Billy Bond dándoles rienda suelta, a veces entrando en choque pero retirándose a tiempo porque lo que importaba era lo que estaba sonando.
¿Lo que estaba sonando? Si las primeras presentaciones en vivo de Serú se toparon con cierta resistencia de un público que no terminaba de digerir ciertas ironías musicales, un disco que arranca con algo como «Eiti Leda» no podía sino estar destinado a la historia. La ambición de los dos arranques de lado, ese inicio y «Serú Girán» -siete minutos de grandiosidad instrumental y de neolengua que intensifica el sentido de viaje onírico-, revelan la identidad del cuarteto en un contraste tan atractivo como el blanco y negro de las fotos inéditas incluidas en la lujosa edición, responsabilidad de José Luiz Pederneiras. Entre San Pablo y Los Angeles, la banda registró un debut autoconsciente de su grandeza. Tenía sus razones.
El rescate 2021 agrega disfrute al repasar las 8 estaciones del tren de la tapa. Aquí el bombo de Moro parece vibrar en las paredes de la habitación; las laburadísimas armonías vocales de García, Lebon y Aznar, esa influencia enriquecedora de The Beatles y Beach Boys, aparecen de modo cristalino; el entretejido elimina todo empaste y da espacio a las líneas de bajo de Aznar, entre el moño que siempre cierra perfecto y la nota gorda que apoya una explosión rockera. Sí, parece mucha preocupación por el audio en tiempos de archivos comprimidos sonando en parlantitos, pero es una obviedad apuntar que el público que espera este lanzamiento aun conserva la obsesión por ciertos ritos, sutilezas y hasta caprichos de disfrute.
Serú Girán es el album en el que Charly entrega un minuto y medio glorioso, preludio de los tiempos que vendrían bajo su único nombre, en «Separata». El disco que señala que «se está yendo todo el mundo» -hola, 1978- y trae a Serú esos giros latinos también existentes en La Máquina. «Autos, Jets, Aviones, Barcos» es también uno de esos momentos-Lebon que indicaban un balance que Charly nunca pudo conseguir con Gustavo Bazterrica, Carlos Cutaia y José Luis Fernández. El Ruso brilla allí y en «El mendigo en el andén» -el pueblo fantasma donde nunca pasa el tren- y en «Voy a mil», ese tema que comienza como un rockito cualquiera y se va zambullendo en toda clase de caminos alternativos.
Y claro, «Seminare», una de las canciones más perfectas del rock argentino. En esa cumbre del disco, la memoria emotiva traerá miles de recuerdos asociados a la vida sociopolítica y cultural de este país desde la aparición de Serú Girán. Porque Serú fue sus grandes, enormes canciones, y su ambición y su buen gusto, pero también banda de sonido de un país tan gris como ese vagón de tren, con un subsuelo de alimento cultural esperanzador. En tiempos en que la historia del rock de los ’80 ya es material del Museo Malvinas y el Museo Histórico Nacional, la reedición de Serú Girán viene a dar la prueba más contundente de los por qué: esta es música sencillamente eterna. Y merecía sonar de esta manera.
Fuente: Eduardo Fabregat (Página 12)